lunes, 18 de mayo de 2009
el tercer abuelo
A veces he pensado que yo tuve tres abuelos. Fausto e Ignacio, por supuesto. Tú el tercero.
Te leí por primera vez en la adolescencia y tu palabra me transformó, me abrió caminos. Tu palabra cargada de ternura y de indignación contra la injusticia me enseñó sobre mi propia ternura y mi propia indignación. Mi conciencia política -la poca que tengo- la aprendí de tí. Fuiste mi maestro.
Leí cada poema tuyo, cada cuento, cada novela, cada ensayo, cada obra de teatro. Alguna vez, hice una fila durante horas y luego te escuché bajo una lluvia torrencial afuera de Bellas Artes.
Es verdad que en los últimos años, no he podido conectarme con tu palabra, quizá siempre pasa así con nuestros mayores.
¿Cambié yo o cambiaste tú? Quizá yo me hice más complicado y tu te simplificaste demasiado. No importa. Al enterarme ayer que acababas de morir te agradecí en silencio.
Porque hasta donde sé fuiste un hombre congruente.
Porque aún hoy, cuando me da miedo vivir y elijo el camino fácil, cuando no me comprometo, resuenan en mí tus palabras: "No te quedes inmóvil / al borde del camino / no congeles el júbilo / no quieras con desgana / no te salves ahora / ni nunca / no te salves / no te llenes de calma..."
Y me prometo a mí mismo no salvarme.
Gracias de corazón, Maestro. Gracias Mario, abuelo.
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