miércoles, 26 de diciembre de 2007

Exilio


Pienso una y otra vez en ese niño. Sin preguntarle su opinión lo llevaron hasta el puerto, atravesando por entre las sirenas que anunciaban bombardeos, por entre el hambre y su gris ciudad asediada. Allí, como otros cientos de niños, se despidió de su madre y algún abuelo –su padre luchaba en el frente-. No acababa de entender. Él lloraba. Su madre lloraba. Todas las madres lloraban.
Será por un breve tiempo, le dijeron. Te recibirán personas amigas, le dijeron. Es por tu bien, le dijeron. En un par de meses, cuando acabe la guerra volverás, le dijeron.
Viajó en un barco entre mareos, miedos y otros niños igual de aterrados que él, igual de solos.
Llegó a Veracruz, como se llamaba el puerto que los recibió, en un país desconocido para él, del otro lado del mar. Fue llevado a Morelia, Michoacán, a un hospicio para los niños exiliados de la guerra civil española. Se enfrentó al hambre, a la comida en donde el maíz estaba en todo, a la agresión de otros niños, a las mismas cosas que son llamadas con otros nombres. Las cartas de mamá llegaban luego de semanas, a veces con malas noticias. Un día dejaron de llegar.
En un par de meses, cuando acabe la guerra volverás, le dijeron. La verdad fue que volvió a su país muchos años después –otros nunca volvieron-. Y descubrió que esa tierra ya no era la suya, ya no la reconocía. ¿Cuál era su patria, entonces?
“Mi verdadero país es el exilio”, se dijo. Ese lugar que no es ninguno.

¿Por qué me conmueve tan profundamente su historia? ¿Porqué tenía un nudo en la garganta y los ojos arrasados mientras veía “Los niños de Morelia”, de Victor Hugo Rascón? Porqué, si su historia no es la mía, si yo no me he visto obligado a dejar mi tierra, si no conozco directamente a nadie que hubiera vivido esa experiencia…

¿O si? ¿Puedo asegurar que nunca he sido exiliado? ¿De ningún lugar, de ninguna experiencia, de ninguna situación?
¿No fui exiliado de los años de la infancia y de su transparencia? ¿De la vieja casa de los abuelos? ¿De ilusiones, creencias y proyectos? ¿De sueños que ya nunca?
¿No soy también un exiliado? ¿hay alguien que no lo sea? ¿y no lo eres tú también, Otro, mi prójimo? ¿no somos tu y yo sino compañeros en un exilio y en otro, y otro, y otro…?

(Luego de ver la representación de “Los niños de Morelia” de Victor Hugo Rascón, dirigida por Mauricio Jiménez)

martes, 11 de diciembre de 2007

dejar de ser hijo


"El viernes diez de septiembre a las dos y veinte minuos de la tarde, Anabelle parió un niño arrugadito y pelón, colorado como un langostino, ni más bonito ni menos feúcho que la mayoría de los recién nacidos (...)

El mago Asdrúbal Rionda se sintió tan tan tan feliz que comenzó a llorar como no lloraba desde que la muerte de Molly lo había dejado sin el mar en este mundo. Lloró por los leones en cautiverio que no se adaptan a vivir entre las cuatro paredes del zoo; lloró por los pobres locos que nadie escucha, por los pobres tontos que nadie entiende, por los pobres mendigos que nadie asiste, por los pobres vagabundos que nadie acoge; lloró por los jardineros que no logran los injertos y por los cirujanos que no pueden salvar a sus pacientes; lloró por las viejas rameras de los puertos holandeses que no pescan amantes porque están gordas y por los travestis que a media noche son golpeados por los taxistas después de acariciarles la bolsa de los huevos; lloró por los hombres y mujeres que vagan por las ciudades sin un numero de teléfono al que llamar, sin una puerta a la que tocar, sin una esperanza a la que apelar; lloró por los recién casados que en la noche de bodas se quieren tanto que no pueden hace el amor, por los que cada domingo compran billetes de lotería y cada lunes descubren que el ganador ha sido otro; lloró por los alcohólicos anonimos y los defensores del esperanto; lloró por los poetas que no saben que son poetas, por los amantes que nunca conocerán a su pareja porque vive justo en el piso de abajo; lloró por los barítonos que desafinan en la noche de un estreno, por los pintores a los que se les acaba el amarillo, por las actrices que olvidan sus parlamentos en escena; lloró por los jueces que se equivocan al dictar sentencia, por los que se despiertan de un salto al escuchar en alguna parte una sirena; lloró por los que jamás han dudado al dar un paso, por los que jamás han padecido el tormento de los celos, por los que jamás han dicho lo que piensan, por los que jamás se han atrevido a llorar en público; lloró por los tímidos que tartamudean al decir te quiero, por las suegras que odian a sus nueras, por los acomplejados que mean a escondidas en los urinarios de los cines, por los infelices que se masturban con las revistas de moda; lloró por los que noche a noche aplaudiero sus números de magia, por los que creyeron que el conejo estaba de veras en el bombín; y aunque mucho lloró, las lágrimas le alcanzaron para llorar también por él.

-¿Qué pasa, maestro? -preguntó Pascual.
-Que he dejado de ser hijo -respondió el mago".

(Eliseo Alberto. La eternidad por fin comienza un lunes)

sábado, 1 de diciembre de 2007

Ese tambor


TAM-TAM, TAM-TAM
El sonido del tambor, el que retumba en nuestro pecho, el de la explosión original, el latido cósmico.
TAM-TAM
El tambor de guerra, acompañado por lanzas golpeando contra la tierra, los rostros pintados de colores furiosos, los arcos y las flechas listas para defenderse del invasor.
TAM-TAM
El tambor que cura, el sonido que aleja la enfermedad y la muerte, que exorcisa los demonios, que limpia el cuerpo y el alma.
TAM-TAM
El tambor que convoca la lluvia, que llama a la fertilidad, que provoca que la semilla crezca y el árbol de fruto, que la vida continúe, que vuelva a salir el sol, que tras la sequía vuelva la primavera y tras la noche el día.
TAM-TAM, TAM-TAM
El sonido del tambor, de todos los tambores, los antiguos y los presentes, el palpitar rotundo de la tierra, los tambores de todas las tribus del planeta, los tambores golpeados por hombres y mujeres de todos los colores.

Y de pronto... el silencio.

El silencio de todos los tambores, el absoluto silencio que permita escuchar el tambor más diminuto, el palpitar más pequeño, el deslumbrante: tam-tam, tam-tam, tam-tam, tam-tam...

martes, 27 de noviembre de 2007

nota XXV


"queridos compañeros/moridos
en combate o matados a traición o tortura/
no los olvido aunque ame a una mujer/
no los olvido porque amo/como

ustedes mismos amaron una vez/¿se recuerdan?/
¿bellos andaban por el aire?/¿y combatian?/
¿y el calor de una mujer les asombra
en la cara?/¿se recuerdan?/me acuerdo

de haberles visto una mujer brillar
en medio del combate doloroso/
inmortales brillaban ustedes
contra el dolor/contra la muerte"

(Juan Gelman)

Juan

No es un actor famoso, ni un músico que venda miles de discos, ni un deportista de records.
Es un hombre viejo y delgado, algo encorvado, de bigote blanco y ojos infinitamente tristes, con un algo de rabia en el fondo.
Pero el domingo pasado, al acercarme para estrechar su mano, la garganta se me secó, las rodillas me temblaron y el corazón se me salía.
Tiene casi 80 años. Perteneció a la organización revolucionaria de los Montoneros, fue perseguido y exiliado durante la dictadura militar. Su hijo Marcelo y su nuera Claudia fueron secuestrados y asesinados por los militares. Ella estaba embarazada. Antes de morir tuvo a su hija que fue dada a un militar. Hace poco, y luego de años de búsqueda, el hombre del que hablo pudo reunirse con su nieta, ya adulta.
Hubiera querido decirle que sus palabras me acompañan desde hace mucho y me arañan la conciencia.
Hubiera querido agradecerle que me ha enseñado a ver lo que antes no veía, a descubrir que aún del dolor más atroz es posible crear belleza, a entender que aún perdiendolo todo es posible mantenerse de pie, dignamente, y tocar el corazón de los otros con palabras.
Hubiera querido, pero solo supe estrechar su mano y mirar sus ojos tristes y rabiosos.

Las manos y los ojos de Juan Gelman, poeta argentino.

domingo, 25 de noviembre de 2007

pasajero


Carolina me regaló un pequeño libro para niños: "¡Acábate la sopa!", de Mikaël Olliver.
En él, una niña, luego de entierro de su abuelo se hace preguntas: ¿Porqué tenemos que morir? ¿Porque vivimos si tarde o temprano todo acabará? ¿Qué sentido tiene vivir?
Sus padres y su maestra tratan de responderle, aunque sin lograrlo del todo.
Al fin, un día encuentra su respuesta. Mientras mira por la ventana un dia lluvioso, ve aparecer un arcoiris. Suavemente se dibuja en el cielo. La gente en la calle detiene su prisa, se para a contemplar ese milagro breve e inesperado. Dura unos segundos. Desaparece. Las personas vuelven a su prisa cotidiana.
La niña entiende.
No hay respuesta a su pregunta. La vida llega y se va sin razón. Aparece como el arcoiris, nos deslumbra y se apaga. Porque sí. Como un regalo. Ella se da cuenta de que la gente lo sabe y que valientemente sigue viviendo.

Luego pensé en mí y en esta experiencia que hoy me llena, Otro. Algo me hizo temblar: dar la vida es también dar su contrario. No hay otra posibilidad. Soy un arcoiris y seré padre de un arcoiris. Algo que aparece... y desaparece un día.
Y así surgieron estos versitos:

Es un don y una condena
tan frágil, tan luz, tan breve.
Porque dándote la vida,
a la vez
te doy la muerte.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Eres

Leo una novela, "Sefarad", del escritor español Antonio Muñoz Molina. Y es intensa, profunda, a veces desgarradora.
Ayer me encontré con un capítulo que no deja de arañarme el cerebro, el corazón y el alma. ¿Para qué contarte, Otro, si puedes leer estos fragmentos?

"Eres cada una de las personas diversas que has sido y también las que imaginabas que serías, y cada una de las que nunca fuiste, y las que deseabas fervorosamente ser y ahora agradeces no haber sido..
Eres un niño asustado en su primer día de escuela.
Eres quien ha vivido siempre en la misma casa y en la misma habitación y recorrido las mismas calles y también eres quien huye sin sosiego, y no encuentra amparo en ninguna parte, quien atraviesa fronteras de noche.
Eres un condenado no por sus actos ni por sus palabras, no por profesar una religión o una ideología sino por el simple hecho de haber nacido.
Eres quien desde la mañana del 19 de septiembre de 1941 tiene que salir a la calle llevando bien visible sobre el pecho una estrella de David impresa en negro sobre un rectángulo amarillo.
Eres quien te avergüenzas de haber sido, quien fuiste a veces sin que lo supiera nadie. Eres quien otros, ahora mismo, en alguna parte, cuentan de ti, y lo que alguien que no te ha conocido cuenta que le han contado, y lo que alguien que te odia imagina que eres.
Eres simplemente un huésped que no está seguro de haber sido invitado, un inquilino que teme que lo expulsen, un extranjero al que le falta algún papel, un niño gordito y apocado entre los fuertes y brutos del patio de la escuela, el negro o el marroquí que salta a una playa de Cádiz desde una barca clandestina, empapado, muerto de frío, huyendo.
Eres lo que no sabes que podrías ser si te vieras arrojado de tu casa y de tu país, si te hubiera detenido una patrulla de la Gestapo, si te encerraran en un vagón de ganado en el que hay otras cuarenta y cinco personas, y tuvieras que pasar en él cinco días de viaje, y escucharas de día y de noche el llanto de un niño de pecho al que la madre no puede amamantar ni callar.
Eres el médico que aguarda en la penumbra de su despacho al paciente a quien debe darle la noticia de una enfermedad incurable, pero sobre todo eres el otro, el enfermo que todavía no sabe que lo es, que aún viene tranquilamente por una calle habitual.
Eres Evgenia Ginzburg escuchando por última vez el sonido peculiar con que se cierra la puerta de su casa a donde nunca más va a volver.
Eres quien mira su normalidad perdida desde el otro lado del cristal que te separa de ella, quien desde las rendijas de las tablas de un vagón de deportados mira las últimas casas de la ciudad que creyó suya y a la que nunca volverá".

viernes, 16 de noviembre de 2007

gratitud


Vuelvo con los libros que me regalaron mis amigos y mi Otra. No sé cómo haré para que quepan en casa.
¡Agradezco tanto que me miren!
Porque no me regalaron dulces, ni zapatos, ni floreros, ni cochecitos para armar, ni mucho menos corbatas (Dios no lo quiera).
Me regalaron vino y música y libros. Muchos libros que no son otra cosa que la palabra y el corazón de muchos hombres: Baricco, Allen, Kawabata, Marai, Eliseo Diego, un libro que vino desde China, otro desde Italia, libros infantiles...

Y yo agradezco tanto. Agradezco que me conozcan y que me miren. Que miren lo que soy, lo que estoy siendo.

Agradezco que sepan que soy éste que llega a casa con un montón de libros nuevos, nunca antes abiertos, y se preocupa porque no sabe dónde podrá ponerlos si ya casi no caben, cómo hará para hacerles sitio, cuándo tendrá tiempo de leerlos...

Preocupaciones éstas que son, sin duda, algunas de las más sencillas formas de la felicidad.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

metamorfosis

me estoy volviendo de agua
me estoy volviendo surco
me estoy volviendo espera
me estoy volviendo arrullo

me estoy volviendo hondura
me estoy volviendo canto
me estoy volviendo cueva
me estoy volviendo manto

me estoy volviendo cuenco
me estoy volviendo luna
me estoy volviendo vientre
me estoy volviendo cuna

martes, 13 de noviembre de 2007

Ser como don Cosme.


En realidad no sé si se llama así. Yo lo llamo don Cosme porque de eso le veo la cara, porque ese nombre le va bien, porque suena a nombre antiguo, un poco olvidado ya.

Don Cosme es un anciano que camina a veces por el parque cercano a mi casa. Camina muy despacio con todo el peso de sus más de ochenta años sobre su espalda de pajarito flaco. Es muy pequeño y enclenque, bien peinado y de modos suaves. En realidad es pequeñísimo. Y allí anda, paso a pasito, abriendo bien las piernas y con las puntas de los zapatos hacia afuera, como queriendo agarrarse al mundo. Derecho... izquierdo... derecho... izquierdo... cada paso un esfuerzo, un prodigio de equilibrio. Y al caminar con esos pasitos cortos, se tambalea don Cosme, como barco viejo en aguas mansas.

Y entonces ocurre.

Por el mismo camino del parque, pero en dirección contraria, viene una muchacha -tiene que ser una muchacha-, con todo el paso firme de su juventud. Pasa junto a don Cosme, que tiernamente le sonríe. Ella sigue su camino. Entonces, don Cosme se detiene con sus piernas de jilguero muy abiertas. Y lentamente... muy lentamente, gira su cuello arrugado, su cabeza pequeña, su tronco. Le rechinan las bisagras a don Cosme, le cascabelean las rodillas en el esfuerzo de girar tan lentamente, hasta que al fin lo logra y voltea... solo para mirar, por un instante fugaz, las redondas nalgas de la muchacha que se aleja.

Así es don Cosme. Vuelve a enderezarse, penosamente, vuelve a su camino titubeante, a su vaivén cansado. Izquierdo... derecho... izquierdo... derecho... hasta que otra muchacha pase a su lado, dejando su perfume impregnando el parque, y don Cosme, de nuevo, despacito gire su cuerpo que cruje y pose sus ojos -y con los ojos, la memoria, los recuerdos, los anhelos, la nostalgia, los sueños aún- en esas suaves redondeces que se van, inalcanzables.

Podrás entender, Otro, que quiero ser como don Cosme.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

otro haiku


Una lenteja, dicen,
y en esa lenteja

el universo

martes, 6 de noviembre de 2007

Todo sigue

Si. Como si nada.
El otoño medio invierno de frío.
El metro lleno de gente.
La llegada de las primeras mandarinas, de las primeras guayabas.
El amable señor que me vende el jugo fresco.
La algarabía olorosa del mercado.
Los pacientes con sus historias que me involucran.
La vida de todos los días.

¿Cómo es que, afuera, todo sigue como siempre, mientras que adentro ya nada es como antes?

jueves, 1 de noviembre de 2007

respuesta


Y para qué, las voces me preguntan
Para qué si la noche se avecina
Para qué si los hombres siguen lobos
si la ansiedad
si el hambre
si la guerra...

Para tomar, un día, tu mano, les respondo,
y caminar muy despacito por la arena
y decirte: “Mira: este es el mar. Es tuyo”
mientras los ojos se te vuelven infinitos.

lunes, 29 de octubre de 2007

La noticia

"No. Tu raíz es una estrella más pura que el peligro.
Es el encuentro de dos rayos en lo alto de la tormenta.
Es el hallazgo de la llave que te abrió la existencia y el presidio (...)

Tu madre y yo dormíamos cuando nos gritaste: "Heme aquí".
"¿Qué esperáis a arrullarme en las ruedas de vuestra fuga?"
"¿Qué esperáis a participarme vuestro fuego?"
"Yo soy el invitado que aguardábais antes de ser ceniza".

(Gonzalo Rojas)

domingo, 28 de octubre de 2007

El asombro


"Cuando me canse la rutina
de que me ultrajen y me roben
cuando me canse de esta ruina
me mudaré a la luna joven"
(Benedetti)

Eran poco más de las ocho de la noche del viernes cuando llamó Mercedes. Su mensaje concreto: "Asómate a ver la luna". Intenté hacerlo desde la ventana de mi departamento y fue imposible. Hacía frío. Yo buscaba mi chamarra que tiene la costumbre de aparecer donde menos se le espera, así que ahora la empiezo a buscar por donde es menos probable que esté.
Entonces llegó un mensaje a mi celular. Mi Otra, desde Sinaloa, con unas palabras brevísimas: "Mira la luna".

Trato de subir a la azotea del edificio, pero la puerta está cerrada. Salgo a la calle, la busco, se me esconde, inaccesible. Alcanzo a mirar -¿a sentir?- su azul resplandor. Camino más de prisa por las calles, buscando un lugarcito entre los edificios, los anuncios y los cables. Aparece y desaparece, me hace un guiño, se oculta, me seduce, se esfuma...

La encuentro al fin: asombrosa, hipnótica, cercana, maternal. Dejo de respirar, los ojos húmedos ¿de frío?, el corazón cabalgando. En lo alto, dejándose mirar y mirando desde su altura la pequeñez de los hombres.

Vuelvo a casa temblando de frío -no encontré mi chamarra-, temblando de luna, lunático yo. Y al cerrar la puerta, agradezco profundamente a mis Otros, a esos Otros que en la distancia no pueden contemplar la belleza sin compartírmela. Agradezco su sencillo y amoroso gesto de tomar el teléfono y llamarme. Compartirme el asombro y la luz. Compartirme SU asombro y SU luz al decirme, sencillamente: "Mira la luna"

viernes, 26 de octubre de 2007

en la frontera

Claridad, ventana abierta,
luz entrando,
velo que el viento revuela
develando,
filtración honda y oscura,
gota a gota,
piel de barro,
agua mansa,
espejo suave,
cántaro.

martes, 23 de octubre de 2007

personajes


“Bien, ahora que nos hemos
visto el uno al otro –dijo el Unicornio-
si tú crees en mí yo creeré en ti
¿Trato hecho?”
(Lewis Carrol. A través del espejo, capítulo VII)

Estoy leyendo a Umberto Eco.
Corrijo.
Intento leer a Umberto Eco y no logro entender. Avanzo lentamente, como en un lugar desconocido a oscuras. A tientas, tropezando.
Algo entiendo: cuando un lector se asoma a un texto, lo recrea, participa en su creación, lo hace posible. Y algo más: al leer imagina al autor, lo inventa.
Antes, el autor, al escribir ha imaginado a su lector, lo ha inventado.
Entonces, Otro, ahora que escribo esto para ti, te invento. Y al leer estas palabras, tu me inventas.

¿Cómo me imaginas, Otro? ¿Cómo te imagino?

Quizá me conoces. Crees que me conoces. Y en consecuencia supones que no hace falta inventarme. Pero, ¿es cierto? ¿Lo que conoces es realmente lo que soy? ¿Me supones más luz que la que tengo? ¿Menos alas?

Yo te imagino rostros, ¿sabes? Mi otra, Hilda, Carolina, Mónica, Guy Pierre... ¿Pero esos otros que imagino corresponde a los otros que ellos son?

Eres mi personaje tanto como yo lo soy de tí.
Al escribir, te creo. Al leer, me creas.
Nos creamos... ¿nos creemos?

¿Y si algún día nos encontramos? ¿Encontrarás en mí rastros del personaje que inventaste? ¿Te parecerás al que yo he creado?

Ojalá, Otro, que se dé ese encuentro. Que nuestras invenciones se diluyan a la luz de la presencia.
Que nuestros personajes se despidan y entonces, solo entonces,
nos miremos.

haikus... o algo asi


1
Incandescente, la bugambilia
vive
y me mira morir.

2
La casi humanidad
de la madera,
su tenue latido.

3
A veces, soy hecho de tierra
y hay algo en ti
de semilla

4
La luz toca mi ventana.
Si abro los ojos
nace el mundo.

5
En un instante, el árbol,
sutil se desnudó
de pájaros.

domingo, 21 de octubre de 2007

nada

En este momento, no se me ocurre nada. Así de simple: nada.
Es por eso, otro, que quizá sea mejor que dejes de leerme justo ahora, para no decepcionarte.
Si sigues leyendo, temo decir que aún sigo sin tener idea de qué decir. ¿Lo ves? Has leído ya algunos renglones, pocos, y lo que puedes encontrar es justo lo que ya te había advertido. Nada.
Tenía la intención de escribir ALGO, y que ese algo fuera hermoso, suave, sutil. Y escribirlo para tí, otro, mi prójimo. Y ya ves, mi intento me llevó a estas palabras que no son algo, sino nada.
¿Sigues aquí, otro? Quizá con la esperanza de que estas palabras digan algo, algo que te toque, que te aburra, que te haga sonreír, y no, lo que hay es solo este desfile de manchitas sobre la pantalla. Manchitas que son letras, que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos. Palabras que dicen nada.
¿Te das cuenta, otro? Estamos llegando al final, quedan ya unas pocas frases y aún no llega alguna idea digna de escribirse. ¿Esperas que haya una sorpresa cerca del final? Lamento decir que no la hay. Lees ahora las últimas palabras y confirmas lo que dije al principio. Ahora puedes dejar de leer, otro, y pensar -estás en tu derecho-: "Bah, esta vez no ha escrito nada".

miércoles, 17 de octubre de 2007

libre de cargos

(Al cardenal Norberto Rivera)

Que en un rincón oscuro

muy oscuro

al fin te alcance
tu conciencia

martes, 16 de octubre de 2007

angelemonos


(Para mi otra y para Juan Gelman, que no lo leerá).


Angelémonos, amor, basta de suelo
es tiempo ya de alarnos las espaldas
rafaguemos nuestra luz, bebamos cielo
y crucemos astralmente las distancias

Y luego
desalémonos de a poco
desbrillemos, desnudémonos de estrellas
descendamos a lo humanamente polvo
y volvamos a ser hijos de la tierra.

tan terrestre, tanto...

"Soñé que era un ala
desperté
con el tirón
de mis raíces"

(Claribel Alegría)

¿Alguna vez, otro, fuiste pez? ¿Fuiste ave?
Y yo ¿Cuándo dejé de serlo? ¿Desde cuándo me mantengo sobre mis pies, torpemente, tratando de aferrarme a la dura tierra?

El domingo, cuando se abrió el telón, fue la danza. Fue la posibilidad del juego, de la sonrisa, de los gestos más sencillos vueltos ritmo. Fue la levedad y la lentitud, los cuerpos capaces de engañar a la gravedad, esa invencible. Fue el caminar paso a paso bajo el agua o en un sueño. Fue la infancia recobrada, los giros en la rueda de la fortuna que es todas las ruedas y la única. Fue el asombro y la belleza en movimiento. Fue decirlo todo, diciendo nada.
Fue la danza.

Y entonces... ¿Porqué esta azul melancolía naciendome en el pecho? ¿Porque esta dulcísima tristeza?

Es justo eso, otro, ¿Te das cuenta?: mi pesada certeza de terrestre, la conciencia grávida de estar hecho de barro, de ser más piedra que ala, más ceniza que humo, más flor que mariposa.
Es la renuncia a esa levedad que se me niega, a ese vuelo.
Es aquello que tan bien dijo Claribel, poeta nicaragüense: ni más ni menos que el tirón de mis raíces.


(Palabras nacidas al volver de la función de "ROTA", de la 'Companhia de dança Deborah Colker', del Brasil)

sábado, 13 de octubre de 2007

Arbol derribado


1

Canto constante del verde
siendo habitado
casa de mil murmullos
fiesta de pájaros
toda la vida
toda
misterio diáfano
labios del mundo más verde
dulces, entrelazados.

Luego, es un tronco mudo
no luz
no árbol
nunca más casa de trinos
hueco, despajarado.

Fue y dejó de ser presencia
quedo caído
callado.

2

Sin savia que lo bendiga
quedó caído, callado
silencioso para siempre
despajarado

Y qué, si mientras tuvo su tiempo
diminutamente largo
fue lugar de mil presencias
habitado

Y qué, si le brotaron mil alas
si se pobló de milagros
si fue un murmullo creciente
puro canto

Y qué, si por un instante solo
la vida estalló en sus brazos
y fue la casa elegida
por los pájaros.

peticion

Si de pronto, en mí, lo puro
lo aséptico
lo in-pecable,

favor de avisar
urgente
a mi diablo de la guarda.

viernes, 12 de octubre de 2007

Hey familia! Danzon dedicado a...


Pásale a lo barrido, otro, tú disculparás el barullo y el alto volumen de la música.
Es que hoy es doce de octubre, y en este día yo celebro. Celebro la vida y el encuentro.
Ven, pasa por entre los timbales, las maracas y el güiro, esquivando las doradas florituras de la trompeta.

Es que bailar es un modo de celebrar, y a mi me gusta bailar ¿Lo sabes?
Me gusta ese momento en que el pudor va desapareciendo y la sangre se hace una con el ritmo de la clave... un, dos, tres... cuatro-cinco, como me enseñó el viejo Manuel, en la casa de la trova de Trinidad, Cuba.

Me gusta bailar y también me gusta ver bailar. Igualito a Jorge Drexler mirando fluir a la del vestidito violeta.

Así que arrímate, otro, te hago un lugarcito, y acompáñame a tararear este danzoncito que dice así:

Ella baila.

Ella baila como si respirara, como si el baile fuera su sangre tibia viajándole las venas.
Ella baila y yo disfruto de su ritmo, de su cadencia luminosa, de su raro modo de ser fuego.
Baila y miro su rostro que es una ternura traviesa o una travesura tierna, aún no puedo decidirme.
Y miro su cuerpo que es la metáfora misma de la tierra fértil, de un aguacero a medio junio, del barro tibio convertido en cuenco.
Ella baila y se pierde en una dimensión inalcanzable para mí, en donde ella es más que ella y yo apenas si soy yo.
Ella baila y los dioses en los que no cree se asoman a mirarla. Y su baile es una danza ancestral con sabor a café, a ron de caña, a maracuyá.
Su baile provoca vida aunque ella no lo sepa. Sin que lo sospeche, mientras baila, en algún lugar lejano, en alguna aldea pequeña de Centroamérica o de Africa, su baile hace germinar la semilla, aleja las plagas, hace llover generosamente sobre las parcelas secas.
Ella baila sin enterarse de nada de esto. Baila porque un lugar de su corazón siempre está bailando, aunque esté triste.
Baila y yo la miro sin atreverme a interrumpirla, a perturbar ese ritual antiguo entre su cuerpo y el aire, entre sus pies y la tierra. La miro solamente y guardo en mis ojos las imágenes que hoy me hacen recordarla y repetir en un murmullo:

Ella baila... ella baila.

¿Serio?

No soy tan serio, de veras.
Es sólo que canto bajito,

muy bajito

miércoles, 10 de octubre de 2007

Vuelvo del consultorio

"Yo si.
Yo metería la mano al fuego
hasta por nadie"

(Alejandro Aura)

...y al volver confirmo ya sin ninguna duda, que hacer terapia es ser capaz de mirar la profunda belleza del otro, dejarse tocar por ella. Y luego, revelársela.

Dentro


Y tengo adentro
bien adentro de mí, en mis recovecos
en el centro del centro de mi alma
o del sexo, la ansiedad o la barriga
-ya no sé muy bien la diferencia-

tengo dentro de mí y encarcelados

Un aullido de ecos infinitos
Un crepitante pájaro de fuego
Una marea de sangre alborotada
Un aire huracanado que se abisma
Un desbordarse el agua de los diques
Una resina densa que gotea
Una jauría de hienas en la noche
Un grito un grito un grito un grito

Y está a punto de salírseme del pecho
y ya no puedo más y me consumo
Hija de puta carne, piel rebelde
pues ya no cabe en mí tal desmesura
tanta jungla voraz
tanto mí mismo.

martes, 9 de octubre de 2007

Marisol


Se llama Marisol.
Tiene cuatro años y vive en una pequeña isla llamada "Balseritos", de unos pocos metros cuadrados hecha de carrizo, en el lago Titicaca, cerquita de Puno, Perú. Es bellísima.

Cuando llegamos a su isla, -hecha a mano con carrizo, con algunas chozas de carrizo y muebles de carrizo- nos miraba desconfiada. Mientras los otros viajeros compraban artesanías me acerque a ella. Me miró. Con el dedo índice y medio, hice unas piernitas que caminaban hacia ella. Me regaló su risa.

Seguí "caminando" con mis dedos hasta que al fin ella, usando dos deditos pequeñísimos, morenos y secos por el frío, también "caminó" hacia mí. Yo me acercaba a su mano y su mano huía. Su mano se acercaba a la mía que se escapaba. Reímos. Si me distraía un poco viendo el verde del lago, sus deditos volvían a buscarme. Luego me enseñó los dibujos que había iluminado.

Nos despedimos. Me alejé en la lancha mirándola hacerse aún más pequeña en la distancia.

El encuentro con otro, con un otro que me regala su presencia sin pedir nada.

Tan diferentes ella y yo. Yo un adulto de 38 años, terapeuta, turista. Ella una niña aymara de cuatro años.

El encuentro.

Supongo que ella no se acordará de mí. No tendrá la menor idea de quien soy. Yo, en cambio, mientras estoy en el metro, mientras camino por la calle, mientras espero al paciente que tarda en llegar, me sorprendo preguntándome muchas veces: ¿Y Marisol?... ¿Que estará haciendo en este mismo instante Marisol?

Estar borroso

Otro, ¿Has estado borroso?
Hoy está nublado. Hay una lluvia finísima limpiando los pecados del mundo. Quizá también los míos.
Y cuando eso ocurre yo también me nublo.
Hoy empecé una novela. ¡Qué placer empezar una novela! Y curiosamente me encuentro con un texto borroso, difuso, con neblina. Mira:

“Las luces de la estación y las frases que estás leyendo parecen tener la tarea de disolver más que de indicar las cosas que afloran de un velo de oscuridad y niebla (…) Todo mezclado en un único olor que es el de la espera, el olor de las cabinas telefónicas cuando sólo cabe recuperar las monedas porque el numero llamado no da señales de vida (…) esta estación se llama solamente ‘estación’ y al margen de ella no existe sino la señal sin la respuesta de un teléfono que suena en una habitación oscura de una ciudad lejana”.

Es de Italo Calvino. Huele a melancolía. Huele suavemente.

Y quizá no sea una coincidencia que hace unos días, en el taller de creatividad, cuando Guy Pierre me pidió escribir un poema escribiera esto:

Nada.
Sólo la niebla,
solo preguntas,
nada.

Y a lo lejos, como un faro,
el resplandor de la palabra.
Y esa palabra es un otro,
una voz que en la distancia
tampoco sabe y pregunta.
Sólo nube
niebla
nada.

Estando así las cosas, nublado afuera y nublado adentro, ¿qué se puede hacer sino poner una suite para cello de Bach y servirse una copita de vino. ¿Te sirvo una?

ventana al otro



"Un cronopio es una flor, dos son un jardín"
(Julio Cortázar)

Otro... otro... ¿estás ahí?
Si lees estas palabras, estás. Y son para tí.
Yo soy torpe para recorrer la distancia que va desde mi boca a tu oído, desde mi mirada a la tuya, desde mi piel a tu piel. Por eso abro esta ventana. Para encontrarte, para que me encuentres.
Como tú para mí, yo para tí soy un otro. Y en esta simpleza cabe la hermosa posibilidad de encontrarnos.
Acércate a la ventana. Ven, te invito. Déjame acercarte una silla, está un poco polvosa, traeré un trapito para limpiarla. Puedo ofrecerte una copa de vino tinto, una cubita con hielos, una cerveza bien fría. Suena bajito un concierto de Vivaldi.
Compartamos palabras. Compartamos silencios.
¿Estás bien? ¿necesitas algo? Si tuviera una chimenea la encendería. No tengo.

Ojalá no pases de largo. Yo dejaré abierta la ventana, por si acaso.

Otro... ¿estás ahi?