domingo, 20 de abril de 2014

Alguna vez, un héroe.

En su sueño, la Pequeña Otra encontraba un grillo común, y por alguna razón sintió miedo y quiso alejarse de allí; entonces apareció un grillo gigante, más grande que una persona, y era maligno. Supo, sin la menor duda, que quería atraparla. Intentó huir y no pudo. Se supo en grave peligro. Justo entonces aparecí yo, su papá. Sin dudar ni un segundo me lancé sobre el monstruo y luchamos a muerte. Lo tiré varias veces y luego lo golpeé hasta dejarlo mal herido. Luego me acerqué a la Pequeña Otra y nos abrazamos. Despertó. Y yo, débil de mí, no puedo dejar de pensar en su sueño y sentirme enormemente orgulloso y un poco héroe. ¿Cuándo dejará de verme así? ¿Cuándo acabará el encanto? ¿Cuándo descubrirá mi fragilidad, mi pequeñez, mi incongruencia? Y sin embargo es verdad que si un grillo gigante quisiera hacerle daño, yo lucharía con él hasta matarlo.

viernes, 18 de abril de 2014

Don Gabriel.

Como casi todos, en algún momento de mi vida quedé deslumbrado con sus libros: Cien Años de Soledad, El Amor en los Tiempos del Cólera, El Otoño del Patriarca... luego, con los años, algo cambió: lo imitaron tantos, tantas veces, que en sus últimos libros me pareció que también se imitaba a sí mismo. Su prosa era casi bíblica; podía tener la exuberancia de Cien años... o la melancolía de El Coronel No tiene Quién le Escriba. Una generación completa de escritores latinoamericanos escribieron tratando de alejarse lo más posible de él y de su prosa; lo que a su modo parricida es, sin duda, un hermoso homenaje. Yo guardo dos imágenes de él: la primera en una feria del libro en el zócalo de la ciudad donde habíamos cientos de personas haciendo una interminable fila para que nos dedicara un libro. Creo recordar que ya estaba enfermo. Durante horas, aquel escritor consagrado y mítico estuvo allí, garabateando en las páginas de aquellos libros: y hasta donde pude ver, a cada persona que se acercó le regaló una sonrisa. El otro recuerdo es de hace poco, en la librería Rosario Castellanos: estaba allí comprando libros infantiles para sus nietos cuando me lo encontré de frente; me pareció que lo mejor que podía hacer para él, era dejarlo en paz, así que le sonreí y saludé con una leve inclinación de cabeza. Creo que me lo agradeció. Me quedo con esas imágenes y con el milagro que fueron sus libros en mi adolescencia. Murió ayer en mi ciudad, la que eligió como suya, a los 87 años. Gracias por todo, Don Gabriel.