viernes, 25 de septiembre de 2009

Ofrenda Cuarta


La Pequeña Otra empieza a dar sus primeros pasos firmemente agarrada a la mano de mamá o de papá. "Mano", dice, y es un modo de pedir que la ayudemos a emprender el titubeante camino, pasito a paso. Desde esta novedad, va la cuarta de mis ofrendas.


Todos los caminos, hija, todos.
Los que vienen, los que van,
los intrincados,
los que te lleven donde no imagino,
los que consuelen a tus pies cansados,
los que te traigan hasta mí
y los que te alejen,
los que nadie nunca antes, los soñados,
y los comunes también, los más sencillos,
los que te ensucien de lodo los zapatos.

La arena húmeda, la hierba, los confines,
la cuerda floja, las orillas y los charcos,
cada sendero y cada laberinto,

la tierra entera para besar tus pasos.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Quien lo dijera


La Pequeña Otra entró a la escuela y nos dejó con el corazón adolorido.
¡Nos preocupaba tanto su desamparo! Que se sintiera sola, que no entendiera. Pensamos mucho cómo estaría sin nosotros.
Los días han pasado y poco a poco empieza a estar mejor con este cambio. Parece incluso, que disfruta.

Lo que no había previsto, lo que no se me ocurrió imaginar es cómo estaría yo sin ella, cómo al estar ella en la escuela yo perdería de algún modo nuestros espacios íntimos, nuestros paseos por el parque, nuestros juegos exclusivos.
Y aquí estoy, solo en casa, esperando con impaciencia, con un algo de novio adolescente, que pase el tiempo y llegue el momento de ir por ella. Y darle la bienvenida y que me eche los brazos.

Quién lo dijera, carajo, yo el desamparado, yo a mis cuarenta años, necesitando tanto de su amparo.

Tres formas de la melancolía.


A veces, la lectura me depara coincidencias; me lleva, sin darme cuenta, por extrañas sincronías.
Hace algunas semanas, tomando de mi librero libros al azar, leí, una tras otra, tres novelas con un tema común e inesperado.
Tres libros muy distintos, pero con un algo semejante, pálido, triste:

Un hombre ama y pierde a dos mujeres profundamente unidas entre los lentos rituales de la ceremonia del té donde descubre que esos frágiles objetos permancerán cuando nosotros nos hayamos ido.

Un viejo escritor, en el ocaso de su vida, es deslumbrado por la absoluta belleza de un adolescente en una ciudad de antiguos palacios, de canales sucios, de constante neblina.

Una mujer cree encontrar a la madre que la abandonó hace muchos años y la sigue, silenciosamente, por las oscuras calles y el metro de París.

Mil Grullas, de Yasunari Kawabata; Muerte en Venecia, de Thomas Mann; Joyita, de Patrick Modiano. Tres formas de la melancolía.