miércoles, 12 de julio de 2023

Milan Kundera (1929-2023)


Lo leí hace ya muchos años. ¿Adolescente? Sí, o poco después. ¿Quién no lo leyó entonces? Kundera era una epidemia. Me deslumbró su inteligencia, esa manera suya de incluir reflexiones filosóficas y políticas en medio de una novela. 

Recuerdo, sobre todo La inmortalidad y La insoportable levedad del ser. 

Gracias.

miércoles, 14 de junio de 2023

Cormac McCarthy (1933-2023)


Cormac McCarthy fue un escritor brutal, no encuentro otra manera de decirlo. 

Muchas de sus historias ocurren en la frontera entre México y Estados Unidos. Una mezcla de western y mitos clásicos. Paisajes secos, infinitos, allí la maldad humana, la violencia, la soledad.  Una de las prosas más hermosas que he leído.

La carretera, una de sus novelas, tiene momentos que no olvidaré nunca. 

Murió ayer. Enorme maestro.

miércoles, 11 de enero de 2023

Charles Simic (1938-2023)


Murió ayer Charles Simic, poeta estadounidense capaz de imágenes que hacen soñar y de una ternura que uno no sabe de dónde viene. A veces me hace pensar, a veces me deja sin palabras, a veces me quedo en puntos suspensivos.

¿Te has presentado tú mismo a ti mismo

como hacen las visitas en tu puerta?

¿Tienes sitio bastante en tu cuarto de estar

para que todos tus yoes caprichosos

se retiren a solas con sus asuntos

o se queden mirando el espacio como si fuera un espejo?

miércoles, 25 de mayo de 2022

Eduardo Lizalde (1929-2022)


Hoy murió Eduardo Lizalde. Perras, zorros, sobre todo tigres merodean por su poesía que a veces es como un zarpazo o una mordedura. 

"Hay un inmenso tigre encerrado en todo esto", escribió. Y algo así es su escritura. Parece hecha de las palabras que todos usamos pero si te descuidas te salta y no te deja igual. hay que entrar en su poesía despacito, creo, para no despertar al tigre que de todas formas despertará. 

Gracias, maestro.

lunes, 27 de diciembre de 2021

Joan Didion (1934-2021)


Murió hace unos días. La he leído poco, pero eso poco fue sorprendente, una lección de escritura. Didion fue una escritora, y decirlo parece una obviedad. Me refiero no solo a que escribiera novelas y reportajes sino a mucho más: fue alguien que no podía no escribir, que transformaba lo que veía y sentía y padecía en escritura, como si no pudiera evitarlo. Hay dos ejemplos brutales de eso: El año del pensamiento mágico, donde vuelve escritura la muerte de su pareja de toda la vida, y Noches azules, donde vuelve escritura la muerte de su hija. En lugar de enloquecer o apagarse o morir, escribió, porque no podía hacer otra cosa. Joan Didion, escritora.


miércoles, 22 de diciembre de 2021

El corazón del daño.


Es como si estuviera herido por el libro. ¿Qué es? ¿Novela? ¿Memoria? ¿Poesía? Todo eso y nada de eso. Es, eso sí, un ajuste de cuentas con ella misma, un hurgar en la herida, la confirmación de una poética siempre en rebelión. 

Es, como todo lo escrito por María Negroni, una exploración a través del lenguaje. De todo. De la vida, del ser hija, de la madre, del crecer, de la escritura y sus orígenes. Es uno de esos libros que me resultan inalcanzables de tan hermosos, de tan perfectos, de tan crueles. Escribe como si no tuviera miedo, aunque dice tenerlo. ¿De qué trata? Quizá de cómo el vínculo doloroso con la madre se convierte en su escritura, en escritura para no ser devorada.

Un libro que solo una poeta como María Negroni podría escribir. Que muerde y deslumbra al mismo tiempo.


 


¿Quién es ella, que no para de cambiar, de crecer, de ser otra siendo la misma? Yo la miro absorto, fascinado por su transformación, cuerpo ya no de niña, más Giacometti cada día, toda brazos y piernas, toda boca poblada de palabras nuevas, toda ojos que no dejan de asombrarse. Pero si apenas ayer me cabía en los brazos, pienso, y una nostalgia salvaje se me trepa por el pecho. Ya no me cabe, se me derrama. Cambia su cuerpo, su mente, su sentido del humor al que le sale filo, su lenguaje al que le brotan hojas, su mundo dentro.

Púber, adolescente, animal salvaje, marea convocada por la luna. ¿Cómo se le llama a esto que le pasa y al pasarle nos pasa?

Y sin embargo.

Sin embargo.

Se agarra a los restos de su infancia como el náufrago al tablón. No solo eso: me invita a ese deslumbramiento, a despedirnos juntos de ese destello. Lo busca una y otra vez: quedarnos solos. En cuanto eso ocurre (porque vamos en coche hacia su escuela, porque caminamos hacia la papelería, porque nos bañamos juntos) inicia nuestro juego, ese mismo que hemos jugado una y otra vez, desde sus cinco años. Las changos. Tata y Tete. Nadie les gana a traviesos, nadie se salva, su imaginación para las fechorías es infinita. Son inseparables pero pelean todo el tiempo, duermen hechos nudo pero se ofenden con solo mirarse. Son nosotros y no lo son. Son la imaginación desbordada, el reto que mi hija me lanza cada día: “A ver si aún eres capaz de convocar mi infancia”. Y yo voy, cansado a veces, cargado de mundo, voy. Unos segundos después, allí está, palpitante. Y ambos dentro del juego, riendo, inventando, llegando más allá que la vez anterior. Soy Tata, un mono morado, un poco sucio, incansablemente travieso. Ella es Tete, el hermano menor, quien lo ha superado en las travesuras, el único chango que obtuvo una calificación de menos dieciséis en conducta. Una niña de trece y un niño de cincuenta y tres. Un territorio solo nuestro: su infancia, la mía con la suya.

¿Cuánto tiempo más? Se le desmigaja la infancia, inevitablemente. Aunque se aferra a ella un día será derrotada, como nos ha ocurrido a todos. Pero con su infancia se deshilacha la mía. Es que lo que quedaba de mi niñez (que creía perdida) volvió a asomarse por la niñez de mi hija. Por eso Tata y Tete, por eso las películas, por eso las luchas.

Cuando la infancia de mi hija se apague se apagará también la mía, ese pedacito que ella convocó, la que hizo renacer desde sus brasas.