martes, 27 de noviembre de 2007

nota XXV


"queridos compañeros/moridos
en combate o matados a traición o tortura/
no los olvido aunque ame a una mujer/
no los olvido porque amo/como

ustedes mismos amaron una vez/¿se recuerdan?/
¿bellos andaban por el aire?/¿y combatian?/
¿y el calor de una mujer les asombra
en la cara?/¿se recuerdan?/me acuerdo

de haberles visto una mujer brillar
en medio del combate doloroso/
inmortales brillaban ustedes
contra el dolor/contra la muerte"

(Juan Gelman)

Juan

No es un actor famoso, ni un músico que venda miles de discos, ni un deportista de records.
Es un hombre viejo y delgado, algo encorvado, de bigote blanco y ojos infinitamente tristes, con un algo de rabia en el fondo.
Pero el domingo pasado, al acercarme para estrechar su mano, la garganta se me secó, las rodillas me temblaron y el corazón se me salía.
Tiene casi 80 años. Perteneció a la organización revolucionaria de los Montoneros, fue perseguido y exiliado durante la dictadura militar. Su hijo Marcelo y su nuera Claudia fueron secuestrados y asesinados por los militares. Ella estaba embarazada. Antes de morir tuvo a su hija que fue dada a un militar. Hace poco, y luego de años de búsqueda, el hombre del que hablo pudo reunirse con su nieta, ya adulta.
Hubiera querido decirle que sus palabras me acompañan desde hace mucho y me arañan la conciencia.
Hubiera querido agradecerle que me ha enseñado a ver lo que antes no veía, a descubrir que aún del dolor más atroz es posible crear belleza, a entender que aún perdiendolo todo es posible mantenerse de pie, dignamente, y tocar el corazón de los otros con palabras.
Hubiera querido, pero solo supe estrechar su mano y mirar sus ojos tristes y rabiosos.

Las manos y los ojos de Juan Gelman, poeta argentino.

domingo, 25 de noviembre de 2007

pasajero


Carolina me regaló un pequeño libro para niños: "¡Acábate la sopa!", de Mikaël Olliver.
En él, una niña, luego de entierro de su abuelo se hace preguntas: ¿Porqué tenemos que morir? ¿Porque vivimos si tarde o temprano todo acabará? ¿Qué sentido tiene vivir?
Sus padres y su maestra tratan de responderle, aunque sin lograrlo del todo.
Al fin, un día encuentra su respuesta. Mientras mira por la ventana un dia lluvioso, ve aparecer un arcoiris. Suavemente se dibuja en el cielo. La gente en la calle detiene su prisa, se para a contemplar ese milagro breve e inesperado. Dura unos segundos. Desaparece. Las personas vuelven a su prisa cotidiana.
La niña entiende.
No hay respuesta a su pregunta. La vida llega y se va sin razón. Aparece como el arcoiris, nos deslumbra y se apaga. Porque sí. Como un regalo. Ella se da cuenta de que la gente lo sabe y que valientemente sigue viviendo.

Luego pensé en mí y en esta experiencia que hoy me llena, Otro. Algo me hizo temblar: dar la vida es también dar su contrario. No hay otra posibilidad. Soy un arcoiris y seré padre de un arcoiris. Algo que aparece... y desaparece un día.
Y así surgieron estos versitos:

Es un don y una condena
tan frágil, tan luz, tan breve.
Porque dándote la vida,
a la vez
te doy la muerte.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Eres

Leo una novela, "Sefarad", del escritor español Antonio Muñoz Molina. Y es intensa, profunda, a veces desgarradora.
Ayer me encontré con un capítulo que no deja de arañarme el cerebro, el corazón y el alma. ¿Para qué contarte, Otro, si puedes leer estos fragmentos?

"Eres cada una de las personas diversas que has sido y también las que imaginabas que serías, y cada una de las que nunca fuiste, y las que deseabas fervorosamente ser y ahora agradeces no haber sido..
Eres un niño asustado en su primer día de escuela.
Eres quien ha vivido siempre en la misma casa y en la misma habitación y recorrido las mismas calles y también eres quien huye sin sosiego, y no encuentra amparo en ninguna parte, quien atraviesa fronteras de noche.
Eres un condenado no por sus actos ni por sus palabras, no por profesar una religión o una ideología sino por el simple hecho de haber nacido.
Eres quien desde la mañana del 19 de septiembre de 1941 tiene que salir a la calle llevando bien visible sobre el pecho una estrella de David impresa en negro sobre un rectángulo amarillo.
Eres quien te avergüenzas de haber sido, quien fuiste a veces sin que lo supiera nadie. Eres quien otros, ahora mismo, en alguna parte, cuentan de ti, y lo que alguien que no te ha conocido cuenta que le han contado, y lo que alguien que te odia imagina que eres.
Eres simplemente un huésped que no está seguro de haber sido invitado, un inquilino que teme que lo expulsen, un extranjero al que le falta algún papel, un niño gordito y apocado entre los fuertes y brutos del patio de la escuela, el negro o el marroquí que salta a una playa de Cádiz desde una barca clandestina, empapado, muerto de frío, huyendo.
Eres lo que no sabes que podrías ser si te vieras arrojado de tu casa y de tu país, si te hubiera detenido una patrulla de la Gestapo, si te encerraran en un vagón de ganado en el que hay otras cuarenta y cinco personas, y tuvieras que pasar en él cinco días de viaje, y escucharas de día y de noche el llanto de un niño de pecho al que la madre no puede amamantar ni callar.
Eres el médico que aguarda en la penumbra de su despacho al paciente a quien debe darle la noticia de una enfermedad incurable, pero sobre todo eres el otro, el enfermo que todavía no sabe que lo es, que aún viene tranquilamente por una calle habitual.
Eres Evgenia Ginzburg escuchando por última vez el sonido peculiar con que se cierra la puerta de su casa a donde nunca más va a volver.
Eres quien mira su normalidad perdida desde el otro lado del cristal que te separa de ella, quien desde las rendijas de las tablas de un vagón de deportados mira las últimas casas de la ciudad que creyó suya y a la que nunca volverá".

viernes, 16 de noviembre de 2007

gratitud


Vuelvo con los libros que me regalaron mis amigos y mi Otra. No sé cómo haré para que quepan en casa.
¡Agradezco tanto que me miren!
Porque no me regalaron dulces, ni zapatos, ni floreros, ni cochecitos para armar, ni mucho menos corbatas (Dios no lo quiera).
Me regalaron vino y música y libros. Muchos libros que no son otra cosa que la palabra y el corazón de muchos hombres: Baricco, Allen, Kawabata, Marai, Eliseo Diego, un libro que vino desde China, otro desde Italia, libros infantiles...

Y yo agradezco tanto. Agradezco que me conozcan y que me miren. Que miren lo que soy, lo que estoy siendo.

Agradezco que sepan que soy éste que llega a casa con un montón de libros nuevos, nunca antes abiertos, y se preocupa porque no sabe dónde podrá ponerlos si ya casi no caben, cómo hará para hacerles sitio, cuándo tendrá tiempo de leerlos...

Preocupaciones éstas que son, sin duda, algunas de las más sencillas formas de la felicidad.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

metamorfosis

me estoy volviendo de agua
me estoy volviendo surco
me estoy volviendo espera
me estoy volviendo arrullo

me estoy volviendo hondura
me estoy volviendo canto
me estoy volviendo cueva
me estoy volviendo manto

me estoy volviendo cuenco
me estoy volviendo luna
me estoy volviendo vientre
me estoy volviendo cuna

martes, 13 de noviembre de 2007

Ser como don Cosme.


En realidad no sé si se llama así. Yo lo llamo don Cosme porque de eso le veo la cara, porque ese nombre le va bien, porque suena a nombre antiguo, un poco olvidado ya.

Don Cosme es un anciano que camina a veces por el parque cercano a mi casa. Camina muy despacio con todo el peso de sus más de ochenta años sobre su espalda de pajarito flaco. Es muy pequeño y enclenque, bien peinado y de modos suaves. En realidad es pequeñísimo. Y allí anda, paso a pasito, abriendo bien las piernas y con las puntas de los zapatos hacia afuera, como queriendo agarrarse al mundo. Derecho... izquierdo... derecho... izquierdo... cada paso un esfuerzo, un prodigio de equilibrio. Y al caminar con esos pasitos cortos, se tambalea don Cosme, como barco viejo en aguas mansas.

Y entonces ocurre.

Por el mismo camino del parque, pero en dirección contraria, viene una muchacha -tiene que ser una muchacha-, con todo el paso firme de su juventud. Pasa junto a don Cosme, que tiernamente le sonríe. Ella sigue su camino. Entonces, don Cosme se detiene con sus piernas de jilguero muy abiertas. Y lentamente... muy lentamente, gira su cuello arrugado, su cabeza pequeña, su tronco. Le rechinan las bisagras a don Cosme, le cascabelean las rodillas en el esfuerzo de girar tan lentamente, hasta que al fin lo logra y voltea... solo para mirar, por un instante fugaz, las redondas nalgas de la muchacha que se aleja.

Así es don Cosme. Vuelve a enderezarse, penosamente, vuelve a su camino titubeante, a su vaivén cansado. Izquierdo... derecho... izquierdo... derecho... hasta que otra muchacha pase a su lado, dejando su perfume impregnando el parque, y don Cosme, de nuevo, despacito gire su cuerpo que cruje y pose sus ojos -y con los ojos, la memoria, los recuerdos, los anhelos, la nostalgia, los sueños aún- en esas suaves redondeces que se van, inalcanzables.

Podrás entender, Otro, que quiero ser como don Cosme.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

otro haiku


Una lenteja, dicen,
y en esa lenteja

el universo

martes, 6 de noviembre de 2007

Todo sigue

Si. Como si nada.
El otoño medio invierno de frío.
El metro lleno de gente.
La llegada de las primeras mandarinas, de las primeras guayabas.
El amable señor que me vende el jugo fresco.
La algarabía olorosa del mercado.
Los pacientes con sus historias que me involucran.
La vida de todos los días.

¿Cómo es que, afuera, todo sigue como siempre, mientras que adentro ya nada es como antes?

jueves, 1 de noviembre de 2007

respuesta


Y para qué, las voces me preguntan
Para qué si la noche se avecina
Para qué si los hombres siguen lobos
si la ansiedad
si el hambre
si la guerra...

Para tomar, un día, tu mano, les respondo,
y caminar muy despacito por la arena
y decirte: “Mira: este es el mar. Es tuyo”
mientras los ojos se te vuelven infinitos.