viernes, 18 de abril de 2014

Don Gabriel.

Como casi todos, en algún momento de mi vida quedé deslumbrado con sus libros: Cien Años de Soledad, El Amor en los Tiempos del Cólera, El Otoño del Patriarca... luego, con los años, algo cambió: lo imitaron tantos, tantas veces, que en sus últimos libros me pareció que también se imitaba a sí mismo. Su prosa era casi bíblica; podía tener la exuberancia de Cien años... o la melancolía de El Coronel No tiene Quién le Escriba. Una generación completa de escritores latinoamericanos escribieron tratando de alejarse lo más posible de él y de su prosa; lo que a su modo parricida es, sin duda, un hermoso homenaje. Yo guardo dos imágenes de él: la primera en una feria del libro en el zócalo de la ciudad donde habíamos cientos de personas haciendo una interminable fila para que nos dedicara un libro. Creo recordar que ya estaba enfermo. Durante horas, aquel escritor consagrado y mítico estuvo allí, garabateando en las páginas de aquellos libros: y hasta donde pude ver, a cada persona que se acercó le regaló una sonrisa. El otro recuerdo es de hace poco, en la librería Rosario Castellanos: estaba allí comprando libros infantiles para sus nietos cuando me lo encontré de frente; me pareció que lo mejor que podía hacer para él, era dejarlo en paz, así que le sonreí y saludé con una leve inclinación de cabeza. Creo que me lo agradeció. Me quedo con esas imágenes y con el milagro que fueron sus libros en mi adolescencia. Murió ayer en mi ciudad, la que eligió como suya, a los 87 años. Gracias por todo, Don Gabriel.

1 comentario:

Unknown dijo...

Comprendo totalmente lo que dice. Recuerdo haber leído Cien Años de soledad todavía viviendo en la ciudad de New York, en el exilio de la necesidad y el miedo a morir en la pobreza, a que estamos condenados muchos países caribeños donde nuestros políticos gobiernan de espalda al pueblo y para sus personales intereses y como huerfanos nos llega la vejez sin que tengamos dolientes que se apiaden y sin políticas sociales que nos protejan y nos amparen hasta despedirnos de esta existencia. Después de empezar este libro,(soy de los lectores que cuando leen un libro que los seduce, se adentro en los personajes y me hago uno de ellos) ya no pude dejar de leerlo, y cuando todavía sin terminarlo, no podía hacerlo por el trabajo, por tener que dormir, comer o cualquier cosa que me impidiera meterme en él de nuevo, me acuciaba una ansiedad por volver a sus páginas que por unos días me mantuvo afiebrada y en ascuas. Cuando finalmente lo terminé no era yo misma, de repente entendí quien era, de donde venía y el por qué de mi existencia. Me enseñó a ser feliz, a buscar la esencia de las cosas que pupulaban a mi derredor, a observar con otros ojos ese realismo mágico que está vedado para muchos y visible para unos pocos y que permite vivir en dimensiones diferentes sin dejar de estar en la propia. Por suerte esa nueva persona que me hizo Cien Años de Soledad nunca me ha abandonado, continua estando en mí, y creo que así permaneceré hasta el final de mis días. Gracias Gabo!!