martes, 11 de diciembre de 2007

dejar de ser hijo


"El viernes diez de septiembre a las dos y veinte minuos de la tarde, Anabelle parió un niño arrugadito y pelón, colorado como un langostino, ni más bonito ni menos feúcho que la mayoría de los recién nacidos (...)

El mago Asdrúbal Rionda se sintió tan tan tan feliz que comenzó a llorar como no lloraba desde que la muerte de Molly lo había dejado sin el mar en este mundo. Lloró por los leones en cautiverio que no se adaptan a vivir entre las cuatro paredes del zoo; lloró por los pobres locos que nadie escucha, por los pobres tontos que nadie entiende, por los pobres mendigos que nadie asiste, por los pobres vagabundos que nadie acoge; lloró por los jardineros que no logran los injertos y por los cirujanos que no pueden salvar a sus pacientes; lloró por las viejas rameras de los puertos holandeses que no pescan amantes porque están gordas y por los travestis que a media noche son golpeados por los taxistas después de acariciarles la bolsa de los huevos; lloró por los hombres y mujeres que vagan por las ciudades sin un numero de teléfono al que llamar, sin una puerta a la que tocar, sin una esperanza a la que apelar; lloró por los recién casados que en la noche de bodas se quieren tanto que no pueden hace el amor, por los que cada domingo compran billetes de lotería y cada lunes descubren que el ganador ha sido otro; lloró por los alcohólicos anonimos y los defensores del esperanto; lloró por los poetas que no saben que son poetas, por los amantes que nunca conocerán a su pareja porque vive justo en el piso de abajo; lloró por los barítonos que desafinan en la noche de un estreno, por los pintores a los que se les acaba el amarillo, por las actrices que olvidan sus parlamentos en escena; lloró por los jueces que se equivocan al dictar sentencia, por los que se despiertan de un salto al escuchar en alguna parte una sirena; lloró por los que jamás han dudado al dar un paso, por los que jamás han padecido el tormento de los celos, por los que jamás han dicho lo que piensan, por los que jamás se han atrevido a llorar en público; lloró por los tímidos que tartamudean al decir te quiero, por las suegras que odian a sus nueras, por los acomplejados que mean a escondidas en los urinarios de los cines, por los infelices que se masturban con las revistas de moda; lloró por los que noche a noche aplaudiero sus números de magia, por los que creyeron que el conejo estaba de veras en el bombín; y aunque mucho lloró, las lágrimas le alcanzaron para llorar también por él.

-¿Qué pasa, maestro? -preguntó Pascual.
-Que he dejado de ser hijo -respondió el mago".

(Eliseo Alberto. La eternidad por fin comienza un lunes)

2 comentarios:

Claire dijo...

Hola! Te invito a que respondas una encuesta en mi blog.

Hummingbird dijo...

Justo como me lo platicaste, o aún mejor... gracias.

Yo hoy podría llorar, también, por la bisabuela que a pesar de la ilusión, no alcanzó a conocer a un esperado bebé.