En este momento, no se me ocurre nada. Así de simple: nada.
Es por eso, otro, que quizá sea mejor que dejes de leerme justo ahora, para no decepcionarte.
Si sigues leyendo, temo decir que aún sigo sin tener idea de qué decir. ¿Lo ves? Has leído ya algunos renglones, pocos, y lo que puedes encontrar es justo lo que ya te había advertido. Nada.
Tenía la intención de escribir ALGO, y que ese algo fuera hermoso, suave, sutil. Y escribirlo para tí, otro, mi prójimo. Y ya ves, mi intento me llevó a estas palabras que no son algo, sino nada.
¿Sigues aquí, otro? Quizá con la esperanza de que estas palabras digan algo, algo que te toque, que te aburra, que te haga sonreír, y no, lo que hay es solo este desfile de manchitas sobre la pantalla. Manchitas que son letras, que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos. Palabras que dicen nada.
¿Te das cuenta, otro? Estamos llegando al final, quedan ya unas pocas frases y aún no llega alguna idea digna de escribirse. ¿Esperas que haya una sorpresa cerca del final? Lamento decir que no la hay. Lees ahora las últimas palabras y confirmas lo que dije al principio. Ahora puedes dejar de leer, otro, y pensar -estás en tu derecho-: "Bah, esta vez no ha escrito nada".
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3 comentarios:
Has escrito lo suficiente para lograr que no deje de leer, lo suficiente para despertar mi interés, y has escrito lo suficiente para confirmarme que incluso "nada" está bien para mí.
Esa es la cosa, que aún cuando dices nada, dices tanto...y entonces uno empieza a necesitar leerte cada día...y te conviertes, diciendo nada, en parte de esos rituales que simplemente llenan de placer, sentido y vida los cada días...así es que ahora un café caliente, un cigarro para decirle hola al día, y este nuevo vicio: que un otro llama sed de otredad.
¿Quién dice que no dices nada? Fíjate todo lo que me pasó al leerte: me identifiqué contigo en estos momentos que quiero comunicarme y no sé bien qué decir, me pusiste de buen humor, me dió curiosidad, quise escribirte no sé qué cosa, pero escribirte.
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