viernes, 17 de diciembre de 2010
Jerusalén
"En cualquier lugar, en cualquier momento, puedes oír: Tortura. Y te llaman.
Pueden convocarte para torturar o para ser torturado. Te eligen de modo aleatorio para que sufras.
Cuando dicen: Tortura, no sabes si te llaman para torturar o para ser torturado.
Después de oír esa palabra tienes que seguirlos. No hay tercera alternativa: ansiarás torturar".
¿No es absurdo suponer que existe una novela perfecta? Quizá lo es. Sin embargo, pocas veces he leído algo que se acerque tanto a ese imposible.
Varios personajes, solitarios, heridos, ¿locos? a quienes eso que llamamos destino o casualidad por no saber de qué otra forma llamarlo, los junta una noche, una madrugada desoladora cerca de una iglesia cerrada.
Cómo odié a Theodor y a Gomperz y su asquerosa, maligna racionalidad. Cuánto miedo de Hinnerk y sus ojeras de asesino. Cuánta ternura amarga, dolorosa ante Mylia y Ernest y su amor destartalado. Cuanta compasión ante Kaas, sus piernas flaquísimas, su lenguaje lastimado, su inocencia.
Hay un capítulo -solo diez páginas- que me horrorizó como si me asomara a un abismo insondable. Nunca había leído El Mal con tanta claridad.
¿Cómo hizo Gonçalo M. Tavares para escribir una novela así?
¿Cómo pudo hacer para mostrarme una oscuridad de vértigo y luego, desde ella, revelarme la luz?
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