martes, 22 de diciembre de 2020

Crepuscular



Estuve un par de días, en la cabaña del bosque, con la Pequeña Otra. Solos. Disfrutamos cada momento, reímos, jugamos, comimos delicioso. Tiene doce años ya, su cuerpo se transforma, la pubertad está allí y sin embargo quiso jugar como siempre, a los que jugamos desde hace años: esos títeres de changos que han adquirido personalidad propia. 

¿Cómo es que aún desea jugar conmigo? Se entrega al juego mientras ambos reímos e inventamos cosas. Y siento, no puedo evitarlo, que pronto dejaremos de hacerlo. ¿Una adolescente jugando a los changos? No lo creo. Así que mientras tanto abrazo cada segundo.

Por la noche, en el frío, dormimos juntos. Esa puberta de doce años se hace bolita bajo las cobijas, se me enreda, me abraza, pone su cara en mi pecho mientras duerme, y yo siento que su corazón palpita junto al mío. Despierto por momentos, la siento junto a mí y vuelvo a dormir, agradeciendo al Misterio por poder estar juntos así, todavía.

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