miércoles, 30 de abril de 2008

Domingo en Santo Domingo


Y entonces, fue la musica.
La que de tan conocida nos deja una memoria a chocolate y pan de yema.
La sutil y alada, la que podría quebrarse, la que sabe volar pájaramente.
La solemne y profunda, la que el coro convierte en una ola majestuosa que estalla en nuestro pecho.
La balcánica y gitana, la que desde un pueblo remotísimo nos hace bailar a puro brinco.
La que reune a todos esos Otros que me alegran la mirada con rastas y colores y tatuajes.
La que sube a la tierra y baja al cielo.
La que convocada por el grito jubiloso de Goran Bregoviç hizo jugar al alma, hizo llover al cielo, hizo bailar a Lía e hizo temblar la tierra

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