sábado, 10 de mayo de 2008

un pecado capital


Algunas veces, Otro, he sentido envidia.
No muchas, es cierto. No es uno de mis pecados capitales más recurrentes. Y por supuesto, en este sitio no voy a platicar cuáles sí lo son.
Pero en estos días...
Apenas terminé una bellísima novela: "Dientes Blancos". Me conmovió, me hizo pensar, me hizo reír, me llenó de ternura.
Sigue en mí la imagen de la jamaiquina Carla bajando felinamente por las escaleras.
Recuerdo a Samad queriendo ser fiel a su Corán e intentando masturbarse sin usar las manos para pecar menos ante los ojos de Alá mientras se repite: "Más justo no puedo ser".
Me río de nuevo con la venganza de Alsana, que para enloquecer a su marido decidió dejarlo en una incertidumbre constante nunca respondiendo directamente a nada: "Tus pantuflas podrían estar en el ropero, aunque Alá sabe que también podrían estar en el baño".
Imagino a los mellizos Millat y Magid a quienes les suceden las mismas cosas aunque vivan en lados opuestos del mundo.
Amo un poco la sencillez y el cuerpo rotundo "bien surtido de piñas tropicales, mangos y guayabas" de la adolescente Irie.
Cada página habla de la diversidad, de la mezcla, de la increible fragilidad de las fronteras. Sus personajes son intensos, extremos, algo absurdos, pero curiosamente eso no los aleja de mí, sino que los hace más cercanos, más mis prójimos, más mis Otros.
Y acabo de enterarme de que la hermosísima autora, Zadie Smith, inglesa de madre jamaiquina, escribió ésta, su primera novela a los veinticuatro años.

Y entonces, Otro, lo confieso, siento envidia.

2 comentarios:

Ingrid dijo...

Un placer conocer tu envidia a través de tus hermosas palabras, de tus letras, de tu esencia.

Hummingbird dijo...

Uy!! Vaya que si sé de envidia.
De hecho, cada vez que leo tus palabras siento algo similar a lo que tú sientes con Zadie Smith. Me pregunto una y otra vez cómo fluyen tan hermosas palabras por tu mente y cómo puedes unir unas con otras para crear siempre algo hermoso.
Y, sí, siento envidia. Envidio tu capacidad de hacer de las palabras tus aliadas, y muchas veces ante tus hermosos textos, no puedo hacer otra cosa que guardar silencio y admirarte.