jueves, 19 de marzo de 2009

ayer


Oí sus suaves ruiditos y me acerqué a la cama. La Pequeña Otra estaba despertando. Al mirarme se le iluminó la cara con una sonrisa. Aplaudió. Yo también. Luego estiró su manita y tomó la mía, la acercó a mi otra mano para pedirme que siguiera aplaudiendo.
Todo simple y cotidiano.
Menos mal que no es posible morirse de amor, de otro modo, no estaría aquí para contarlo.

1 comentario:

Annabel dijo...

Yo sonrío imaginando la situación.
Esa clase de ternura que nuestros niños nos hacen sentir.
Está preciosa tu niña :)))