Las 8:30 de la mañana. El metro a reventar.
Intento leer mientras me aferro al tubo para no caer.
Entonces, frente a mí, una mujer muy jóven, 19 o 20 años. En sus brazos una niña envuelta en cobijas y con un gorrito rosa.
Parece tener la misma edad que la pequeña Otra.
Son diferentes. La pequeña del metro es más redondita, con rasgos indígenas. ¡Pero sus ojos son tan parecidos! O quizá su manera de mirar el mundo queriendolo atrapar.
No puedo seguir leyendo. Es como si una ráfaga helada me alcanzara el corazón.
¿Cómo se llamará? ¿A qué huele? ¿Estará bien? ¿Tendrá lo que necesita? ¿Le han puesto sus vacunas? ¿Qué la hace llorar? ¿Es amada?
Y me doy cuenta que, a partir de ahora, hay cosas que cambiaron para siempre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me envuelve un sentimiento de admiración al ver como muestras tu ternura ante la vida. En verdad hay cosas que no pueden cambiar.
Lara.
Publicar un comentario