viernes, 24 de agosto de 2012
Rimbaud, el hijo
La belleza deslumbrante, ensordecedora, de la novela de Pierre Michon, de cada una de sus frases. Como si las esculpiera en piedra o las tallara en madera. Pesan y vuelan. Intrincadas, si, pero valen el esfuerzo: suenan a oración o a conjuro. Para que te digo más Otro. Léelas:
"¿Son las potencias? ¿Es la guerra? ¿Es haber deshecho el antiguo protocolo y habernos dejado a todos sin protocolo, impotentes y taciturnos como almiares en la noche? ¿Es la amarga alegría de haber hecho del poema ese algo erguido, sombrío y vano, taciturno, despreocupado de los hombres como un almiar en la noche? ¿Es la gloria, lejos de los almiares y de los hombres, para las estrellas, como las estrellas? ¿Es junio? ¿Es el sanctus? (...) Ah, es quizá el tenerte por fin aquí abrazada, madre que no me lees, que duermes profundamente en el pozo de tu recámara, madre, tú para quien invento esta lengua de madera en la cercanía de tu duelo inefable, de tu encierro sin salida. Mi voz crece para hablarte desde la lejanía, padre que nunca me hablarás. ¿Qué es lo que hace renacer sin fin la literatura? ¿Qué es lo que hace escribir a los hombres? ¿Los demás hombres, su madre, las estrellas, o las viejas enormidades, Dios, la lengua? Las potestades lo saben. Las potestades del aire son ese sutil viento entre las hojas"."
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