miércoles, 23 de octubre de 2013
Hijos de la Medianoche
Hay que ser un maestro como Salman Rushdie para acometer esa tarea imposible de hacer que en una novela quepa el mundo, o incluso, varios mundos. Al contarnos la historia de Saleem Sinai, ese pobre hombre con nariz de pepino, piernas chuecas, manchas en la cara, protuberancias en las sienes, calva prematura, sordo de una oreja, amputado de un dedo... nos cuenta la historia de toda su desmesurada familia, y al contarnos a su familia intenta narrarnos a la India entera, con toda su complejidad y sus rostros múltiples. Todo cabe allí: guerras y brujas, adivinos y traiciones, fantasmas y objetos; cabe también Pakistán y la política y las religiones y la historia y la gastronomía y la tradición y la novedad... No hay trampa, Otro, el protagonista lo advierte a mitad de la novela: "¿Quien soy yo? Mi respuesta: soy la suma total de todo lo que ocurrió antes que yo, de todo lo que he sido visto hecho, de todo-lo-que-me-ha-hecho. Soy todo el que, todo lo que cuyo ser-en-el-mundo me afectó, fue afectado por mí. Soy todo lo que sucede cuando me he ido que no hubiera sucedido si no hubiera venido. Y tampoco soy especialmente excepcional al respecto; cada 'yo', cada uno de los hoy seiscientos-millones-y-pico de nosotros contiene una multitud similar. Lo repito por última vez: para entenderme, tendrán que tragarse un mundo".
domingo, 13 de octubre de 2013
Museo memoria y Tolerancia
La primera vez que lo visité, Otro, fue para llevar a la Pequeña Otra a la sección infantil del museo. Hoy lo he vuelto a visitar, y la experiencia es tan intensa como dolorosa como conmovedora. ¿De qué podemos ser capaces los seres humanos? ¿Hasta dónde podemos llegar? Están las fotos impresionantes, los videos terribles, el subir a un vagón de tren que huele a humedad en donde es imposible no llenarse de imágenes; pero mi atención se queda en los objetos que silenciosamente aguardan tras las vitrinas: una gorra gris, un uniforme a rayas, una cuchara y un tenedor torcidos, brazaletes de tela, insignias, pasaportes con fotos de personas que me miran desde otro tiempo, un diminuto reloj, un pequeño vestido, tres zapatos infantiles (infantiles, infantiles). Objetos simples que podrían pasar desapercibidos. Éstos no, estos en particular fueron recogidos en el campo de concentración de Auschwitz, cada uno de estos objetos fue testigo del horror. Se me cierra la garganta, me cuesta respirar, por un momento no sé a qué aferrarme o en qué creer. Al salir me esperan mis Otras, la grande y la pequeña. Y me aferro a ellas, y tardo en volver a la luz del día.
martes, 1 de octubre de 2013
Caza de conejos LXXXVIII
—Lo nuestro es imposible —me dijo Laura—. Soy dueña de un castillo, estoy rodeada de joyas y sirvientes, mis dominios se extienden hasta donde puede alcanzar la vista, y más aún. Tú, en cambio, no eres más que un sucio y pobre conejo de los bosques.
Caza de conejos XCVIII
Amaestramos a un conejo y lo disfrazamos de oso bailarín. Se lo vendimos a un circo. Nos dieron mucho dinero, pases gratuitos para todas las funciones y una mujer gorda y barbuda que tenían repetida
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