sábado, 1 de noviembre de 2014

El profesor Kato.

Alguna vez, me preguntaron por el mejor maestro en mi vida. No pude encontrar a nadie en la educación escolar que pudiera ser el mejor, si es que tal cosa existe, pero recordé de inmediato a dos maestros de la infancia: Carlos Kato, mi profesor de Judo; y Ligia Tavera, mi maestra de pintura. Ligia me enseñó a mirar, el profesor Kato a jugar limpio. Hace unos días murió ese hombre sencillo, honesto, de alma limpia. En las clases de Judo se negó siempre a enseñarnos estrangulaciones y palancas porque creía que éramos pequeños para eso, que podríamos lastimar a otros. Nos enseñaba, en cambio, a no atacar al adversario caído, sino a esperar que se pusiera de pié. Los niños contra los que competíamos no eran así: hacían lo que fuera por ganar; aún así, el profesor Kato se mantenía fiel a su convicción. Se ganaba o se perdía, pero siempre jugando limpio. Y casi siempre ganábamos. Treinta y tantos años después, eso que Kato enseñaba casi sin darse cuenta sigue marcándome la vida. Gracias siempre, profe.

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