viernes, 27 de marzo de 2015
La Lluvia Amarilla.
"Lentamente, al principio, y, luego ya, al ritmo en que los días pasaban por mi vida, todo a mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de mí mismo".
Un hombre viejo y enfermo, el último habitante de un pueblo que todos han abandonado, mira caer las hojas y recuerda mientras espera la muerte. Anielle, su pueblo ya no es sino un cascarón habitado por fantasmas. Por momentos, hace recordar a Comala, aunque Anielle existe en la realidad y en la realidad fue abandonado. La escritura de Julio Llamazares es bellísima, densa, como hecha de barro. Quizá no es sencilla de leer porque todo pasa por dentro, porque transcurre lentamente, porque duele. Leerlo es como meter las manos en la tierra húmeda o como acariciar la corteza rugosa de un árbol viejo. Hay tal nostalgia en su novela que me hace sentir nostalgia por ese pueblo del que nunca había sabido hasta leerlo, me invita a buscar fotos de ese lugar y a imaginarme caminando por sus calles olvidadas.
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