viernes, 3 de abril de 2015
"Tú eres mi tronco".
La Pequeña Otra y yo explorábamos por el bosque cercano a la casa del Chico. Hacemos aventuras en las que tenemos que atravesar pruebas y obstáculos. Esta vez, había que subir una cuesta muy empinada para recoger unas plantas mágicas. Ayudados de unos bastones, subimos con mucha dificultad, resbalando una y otra vez. Celebramos cuando llegamos arriba, y solo entonces nos dimos cuenta que lo verdaderamente complicado sería bajar. Intentamos bajar sentados, arrastrándonos lentamente. Primero lo intenté yo, y de pronto, las hojas secas me hicieron resbalar por la pendiente sin poder agarrarme de nada, cada vez a más velocidad. Me detuvo el tronco de un árbol con el que choqué a medio camino. La Pequeña Otra seguía arriba. No se me ocurrió otra cosa que animarla a deslizarse como yo lo había hecho. Estaba asustada pero se arriesgó a hacerlo. Empezó a bajar lentamente y de pronto, como yo, se deslizó rápidamente y sin control. Yo la atrapé al pasar. Cuando bajamos, hablamos emocionados de nuestra aventura. "Menos mal que estaba ese tronco -le dije- si no, no sé como me hubiera detenido". "Sí -dijo mi pequeña como si tal cosa- y tú eres mi tronco". No puedo dejar de pensar en esas palabras, en el orgullo que me provocan, en la triste certeza de que un día -quiera el Misterio que falte mucho- dejaré de serlo.
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