viernes, 6 de febrero de 2009

El verdadero


La mera verdad, Otro, para héroes, sólo él.
No volaba ni era de acero, no corría como el rayo ni trepaba por los edificios, no era invisible ni tenía poderes sobrehumanos.
Tenía barriga, usaba suéteres de cuello de tortuga, enamoraba a las vedettes de moda y se agarraba a golpes con vampiros, marcianos, hampones, las momias de Guanajuato y mujeres lobo (por cierto conocí a una, de ojos verdes y cabello como el fuego, peligrosísima).

Y no era invencible. Tan es así, que ayer se cumplieron veinticinco años de su muerte. La muerte, ella si, la verdadera invencible.

Yo lo ví una sola vez, en persona.
Estaba ya viejo, subió al ring con cierto trabajo, la piel arrugada y con pellejitos.
Pero bastó para que pusiera un pie plateado en la lona para que toda la arena coreara una y otra vez aquello que dice: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

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