lunes, 13 de julio de 2009

vida felina


Me mira con sus ojos asombrados, juguetones, traviesos; y con una media sonrisa me invita (o me ordena, ya no sé) diciendo: "Miau".
Y entonces, al conjuro de ese maullidito, me convierto yo también en gato. Maúllo, muevo mi cola invisible, brinco.
Como la pequeña Otra, me pongo en cuatro patas y la sigo por toda la casa, gateando, con las rodillas adoloridas y el pantalón hecho un asco. Prefiere los lugares más peligrosos, así que a cada paso tengo que salvarla de la esquina de un mueble, de la puerta que se cierra, del resbalón traicionero. Soy un gato de segunda, siguiendo siempre al gatito que decide a donde ir, que rasguña la alfombra, que se tira de panza, que de pronto se aburre y sencillamente se pone a llorar o a tomar mamila o a abrir un libro dejándome tirado, con las rodillas y las manos en el suelo, todavía gato, agotado, agatado, mirándola crecer.

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