domingo, 11 de mayo de 2014
Héroe de verdad.
Tulancingo, Hidalgo. Alguna mañana calurosa y aburrida. De pronto, los gritos que advierten: "¡El Santo! ¡Viene El Santo!" Y es cierto: se escucha el sonido de un motor y unos instantes después aparece el convertible plateado del luchador, su máscara brillando bajo el sol y su enorme capa lanzando destellos. Los niños salen de sus casas, corren tras el auto, aplauden y vitorean. No es una fantasía. Me lo contó alguien que lo vivió directamente. Él era muy joven y sus padres eran amigos -compadres- del Enmascarado de Plata. De vez en cuando los visitaba en su pequeña ciudad. Toda la familia sabía la verdadera identidad del luchador, pero la guardaban en absoluto secreto. Al Santo le gustaba hacer ese regalo a los niños del lugar. Yo me lo imagino parando en algún lugar cercano -¿una gasolinera?- para dejar de ser un hombre cualquiera y transformarse en La Leyenda. Imagino los ojos de los niños y la sonrisa bajo la máscara. Imagino el polvo que dejaba el coche mientras se perdía en la lejanía. ¡El Santo, chingao!
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