domingo, 18 de enero de 2015

La montaña mágica.

Leí, ya no sé donde, que un lector que se precie de serlo tiene que enfrentarse alguna vez a La Montaña Mágica, el enorme libro de Thomas Mann. Qué te digo, Otro, me picaron el orgullo y ahí me tienes, subiendo la montaña, día a día, hoja a hoja. Luego de varios meses llegué al hermoso y triste final. Me gusta haberla leído, pero no puedo decir que sea una novela que me haya transformado. Entendí en algún momento de la subida, que lo que ocurre en ese extraño y aristocrático hospital-hotel es, ni más ni menos, que una metáfora de la vida: jugar, pensar, chismear, enamorarse, comer, perder el tiempo, todo eso para tratar de olvidar que la muerte está allí, siempre paciente y a la espera. Me quedo con algunos personajes memorables, con algunas escenas hermosas y con ese final inolvidable que me recuerda que la muerte nunca se da por vencida.

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