sábado, 18 de abril de 2015

La canción del mar.

Bellísima, sutil y llena de melancolía. Mi Otra, la Pequeña Otra y yo, la miramos conmovidos. Al final, aplaudimos y nos abrazamos con un triple nudo en la garganta.

Timbuktu.

... O de cuando una película se te mete en el corazón y en la conciencia. La perturbadora belleza de sus paisajes, de su luz, de su música, de su gente. La conmovedora dignidad con que esos hombres y mujeres se resisten a la violencia de la sinrazón y el dogmatismo. Se me quedan adentro esas imágenes: la mujer condenada a ochenta azotes por cantar y que vuelve a cantar mientras la azotan, el soldado que danza a escondidas, el grupo de muchachos que juegan un partido de futbol sin pelota. La belleza de resistir a pesar de todo.

martes, 14 de abril de 2015

Eduardo Galeano (1940-2015)

Mejor tus palabras que las mías, Eduardo: "Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada".

Günter Grass (1927-2015)

Polémico, controversial, a veces incómodo. Pero quien escribe siempre corre ese riesgo; se podrá objetar mucho de su vida ¿con razón? No lo sé. Y sin embargo, ¿quién que haya leído El Tambor de Hojalata, esa novela que aspira a contar el mundo, puede olvidar al pequeño Oscar que se niega a crecer, que rompe cristales con su grito, que toca su tambor y que se esconde bajo las infinitas faldas de su abuela en aquel campo de papas?

viernes, 3 de abril de 2015

"Tú eres mi tronco".

La Pequeña Otra y yo explorábamos por el bosque cercano a la casa del Chico. Hacemos aventuras en las que tenemos que atravesar pruebas y obstáculos. Esta vez, había que subir una cuesta muy empinada para recoger unas plantas mágicas. Ayudados de unos bastones, subimos con mucha dificultad, resbalando una y otra vez. Celebramos cuando llegamos arriba, y solo entonces nos dimos cuenta que lo verdaderamente complicado sería bajar. Intentamos bajar sentados, arrastrándonos lentamente. Primero lo intenté yo, y de pronto, las hojas secas me hicieron resbalar por la pendiente sin poder agarrarme de nada, cada vez a más velocidad. Me detuvo el tronco de un árbol con el que choqué a medio camino. La Pequeña Otra seguía arriba. No se me ocurrió otra cosa que animarla a deslizarse como yo lo había hecho. Estaba asustada pero se arriesgó a hacerlo. Empezó a bajar lentamente y de pronto, como yo, se deslizó rápidamente y sin control. Yo la atrapé al pasar. Cuando bajamos, hablamos emocionados de nuestra aventura. "Menos mal que estaba ese tronco -le dije- si no, no sé como me hubiera detenido". "Sí -dijo mi pequeña como si tal cosa- y tú eres mi tronco". No puedo dejar de pensar en esas palabras, en el orgullo que me provocan, en la triste certeza de que un día -quiera el Misterio que falte mucho- dejaré de serlo.