martes, 29 de septiembre de 2015

Credo.

¿Que dónde está eso que llaman sagrado? ¿Dónde se oculta Dios cuando se oculta? ¿O es que es tímido y se avergüenza de tanto ritual, tanta gente piadosa, tanto incienso, tantas palabras? ¿Por qué juega a las escondidillas? ¡Uno, dos, tres por Dios que está detrás de la puerta! Lo sagrado, dice Dios (o digo yo, que es lo mismo) no quiso estar en las muchas misas solemnes, ni en los rosarios interminables, ni en el viacrucis de Iztapalapa ¡ni lo mande Yo! Lo sagrado está en el encuentro, en el mango de manila compartido, en el cansancio generoso, en el ombligo de la pequeña Otra. Y es que no creo en ese Dios enorme, barbado, masculino y con el ceño fruncido por toda la eternidad. No en ese siempre con mayúsculas, no en el que pide que se le sacrifique un hijo. Yo creo en el pequeño dios, el portátil, el de bolsillo. Al que me puedo comer como a un durazno, al que puedo besar como a unos labios, al que puedo consolar como a mi hija.

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