lunes, 14 de julio de 2008

Rendición


Fue el sábado, un sábado como todos y como ninguno.
Un sábado de intentar y de no saber.
Y al final, no fue la música dulce del arpa, ni mi respiración queriendo ser un bálsamo, ni mi voz inventándote arrullos, ni mis brazos hechos cuna, ni mis miradas absortas, ni el latido de mi corazón junto al tuyo, ni mi silencio, ni mi ansiedad, ni mis palabras hilvanando historias para tí. No fue mi amor tampoco, carajo, ni siquiera mi amor.

Lo que logró darte un ratito de paz, pequeña Otra, amor, lo que al final secó tus lágrimas y te dió consuelo... fue un pequeño chupón de veinticinco pesos.

4 comentarios:

Hummingbird dijo...

No puedo borrar la sonrisa de mi rostro...

Leo y vuelvo a leer tus palabras, tus intentos, tus adivinanzas, y no puedo evitar sonreír ante la sencillez, la simplicidad de lo que tan pequeño objeto es capaz de hacer.

¡Vaya lección!

Hummingbird dijo...

Y también siento tanta ternura ante esta escena que tu pequeña Otra y tú protagonizan, y en la que sin duda tu amor tiene sus efectos, aunque no sean tan evidentes.

Carolina dijo...

Hola. Ha pasado tanto tiempo. Tanto dolor y tanto gozo.

Finalmente hoy puedo estar aquí, sonriendo al imaginarte.

Marciana dijo...

Guauuuuuuuuuu!
Te leo y sonrrío,
te leo y lloro,
te leo y me río de mi, del mundo, de la habilidad que tenemos para hacer de lo simple una telaraña, de la ilusión que tenemos de creer que lo simple es realidad una telaraña.
Sonrrío, lloro...y pienso: quizá aún no lo sabes, quizá nunca tengas pruebas, pero juro que todos los intentos antes del chupón, detendrán muchas veces su llanto.