domingo, 26 de octubre de 2008

Requiem por los Heroes


Era un lugar gris y oscuro, a veces maloliente. Pero allí vivían los Héroes.
Mi padre me llevó a conocerlos una tarde de domingo. Antes de entrar me compró una bolsa de cacahuates.
¿Crees que existen los héroes, Otro? ¿Los has visto?
Yo sí. Los vi de cerca muchas veces. Eran de carne y hueso. Algunas veces ví su sangre derramarse.
Aparecían por entre la gente, luciendo uniformes de colores maravillosos, misteriosas máscaras y capas enormes. Subían al ring entre aplausos o mentadas. Y así empezaba la Eterna Lucha entre el Bien y el Mal.
Yo tendría 9 o 10 años. Miraba deslumbrado esas batallas. Soñaba con ser uno de ellos.
Al salir mi papá me compró la máscara de Fishman.

Muchos domingos estuve allí para admirar a los Héroes.
Unas horas antes, por la mañana, comprábamos los boletos en unas taquillas que olían a circo.
Cuando entrábamos a ese lugar, el corazón se me salía, y los ojos querían atrapar cada detalle.
Y en el centro, deslumbrantes, estaban ellos: los Villanos y los Héroes más grandiosos que hubiera visto nunca.

Hoy están por acabar de derrumbar el viejo Toreo de Cuatro Caminos, el lugar en donde vivían los Héroes. Ya no existe su cúpula de fierro. Pronto no quedará ni una sola piedra. Y me entristece tanto. Porque aunque nadie lo sepa -ahora lo sabes tú, Otro- algo de mi infancia y de mi asombro se derrumba con sus muros olorosos a humedad y a orines. Y también esa dulce certeza de entonces de que tarde o temprano, los Buenos vencerán.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La invasion


Todo.
Cada rincón, cada lugar, cada momento empieza a llenarse de su presencia. Poco a poco pero ininterrumpidamente abarca los lugares y las personas.
Cortázar escribió aquel magistral cuento: “Casa tomada”, en donde una presencia oscura invade la casa lentamente. Aquí lo mismo, pero se trata de una presencia luminosa.

Mira Otro, pasa por acá.

Aquí junto a los libros de Robine, de Calvino, de Gelman y de Octavio Paz, cerca de las novelas eróticas, ahora también está Miffy la conejita, la rana Ribbit y Manolito Gafotas. Y por acá, a un lado de Bach, de Keith Jarret y del son guajiro, van apareciendo el Grillito Cantor, los sapitos de la noche, la negrita Cucurumbé y Raúl de ojos tristes.
Y eso no es todo, ven, pasa por aquí: este era el cuarto de meditación. Si, justo aquí donde hay una cuna y muchos paquetes de pañales.
¿Te parece poco? Pues aún no termino. Asómate por acá: junto a esa botella de buen vino que está esperando una celebración hay dos mamilas lavadas. Y cerca de los grabados eróticos que me regaló mi Otra y las reproducciones de Klimt, pegaditos a nuestro altar, hay sonajas, cubitos de colores, el mono Agustín y Helena la avestruz.

Invadidos y sin escapatoria.
Entonces me encierro en el baño, único lugar de la casa que parece a salvo. Abro la llave de la regadera y espero que esté bien caliente. Me meto bajo su chorro renovador, cierro los ojos y canto.
Y entonces, mientras me seco con la toalla verde me doy cuenta que lo que tarareo desde hace rato es “El papá Elefante”, la canción de Cri-Crí.

viernes, 17 de octubre de 2008

Teologia Dogmatica

"¿No creéis en el infierno? Ya lo veréis, ya lo veréis"
(José María Escrivá de Balaguer)


Qué pequeño y miserable,
señores,
es su dios

si necesita del infierno

martes, 14 de octubre de 2008

El Animal Moribundo


Hay lugares a los que volvemos, Otro. A veces para mirar de nuevo sus calles y su paisaje. Pero sobre todo volvemos para vernos a nosotros mismos y descubrir cómo ha cambiado nuestra mirada.
También vuelvo a algunos libros. Esta vez volví a “El animal moribundo” de Philip Roth. Lo leí hace pocos años y aunque me gustó, me quedé con una sensación inconclusa, como si el mensaje que el libro tenía guardado para mí no se hubiera revelado del todo.
Volví y quedé deslumbrado y lleno de nostalgia.
Es la historia de un maduro maestro de literatura, brillante y seductor y de su último amor: Consuelo, su alumna. Una jóven cubana casi cuarenta años menor. Es fundamentalmente una novela sobre sexo. Sobre su poder enorme, sobre su fuerza y su peligro, sobre nuestra ingenua creencia de que podemos controlarlo y someterlo a nuestra voluntad. También sobre el anhelo. Aquel que puede ser tan enorme que no se sacie con la posesión de lo anhelado
El sexo, ese animal ávido y poderoso. Y también finito y vulnerable... mortal (de allí el maravilloso título de la novela).

Escribo sabiendo que lo he mirado de frente y he sentido su olor salvaje, que quizá en este mismo momento me vigila, me cerca, me rodea...

“Porque sólo cuando coges te vengas de una manera completa, aunque momentánea de todo cuanto te desagrada de la vida y todo cuanto te derrota en la vida. Sólo entonces estás más limpiamente vivo y eres tú mismo del modo más limpio. La corrupción no es el sexo, sino lo demás (...) El sexo es también la venganza contra la muerte. No lo olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?”

(Philip Roth, “El animal moribundo”)

domingo, 12 de octubre de 2008

aquel dia


No te lo había contado, Otro. Quizá por algo parecido al pudor. Ahora lo hago.

Yo no sabía cargar a mi pequeña Otra. Cada vez que lo intentaba ella lloraba, me pateaba, se alejaba de mí.
Veía cómo se quedaba dormida en brazos de mi Otra, o de sus abuelas. Nunca conmigo.
Cada intento terminaba en nuevos llantos. Y me dolía. Me avergonzaba ese dolor, me parecía absurdo pero no podía evitarlo. Yo podía jugar con ella, bañarla, cambiar sus pañales, pero mis brazos no sabían ser cuna para ella. Y me dolía.

Hace unas semanas ocurrió.

De nuevo intenté cargarla y luego de larguísimos minutos, del dolor de espalda, de sobresaltos y dudas, al fin se quedó dormida en mis brazos. Yo temblaba, maravillado. Al fin mis brazos eran su cuna y su refugio. El corazón se me salía del pecho. Con todo el cuidado del que fui capaz, la coloqué en su pequeño colchón. Se despertó un poco, pero unos segundos después, volvió a quedarse dormida. Alcé los ojos y vi los de mi Otra, húmedos. Me levanté y me abracé a ella.

Y entonces... lloré como hacía años no lo hacía. Lloré como no pude hacerlo cuando supe que habitaba el vientre de mi Otra y cuando la vi salir agotada de entre sus piernas. Lloré y lloré un llanto guardado y antiguo. Un llanto que me limpiaba los miedos. Un llanto de gratitud y de vida.

lunes, 6 de octubre de 2008

quien y que


Abro los ojos y el monstruo sigue allí.
No es un mal sueño: La muerte y su imperio, la violencia, la impunidad ofensiva.
El monstruo de cada día. Alimentándose de sí mismo. Insaciable.
Y entonces, Otro, me aferro a las palabras de Italo Calvino. Están al final de "Las Ciudades Invisibles", su maravilloso texto. Ven, acércate, léelas conmigo.
Hagámoslo posible.

“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, y que formamos estando juntos. Hay dos formas de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de sentirlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio.” (Italo Calvino)

domingo, 5 de octubre de 2008

quiza

Hace un año,
quizá,
del milagro.