sábado, 30 de abril de 2011
Ernesto Sabato (1911-2011)
"Leer les dará una mirada más abierta sobre los hombres y sobre el mundo, y los ayudará a rechazar la realidad como un hecho irrevocable. Esa negación, esa sagrada rebeldía, es la grieta que abrimos sobre la opacidad del mundo".
(Sabato)
Hay libros que dejan una huella imborrable. Y a veces más que huella es una herida. Una herida que supura y que palpita. Libros que tienen que ver más con las pesadillas que con los sueños. Cuando pienso en un libro así siempre recuerdo "Sobre héroes y tumbas" de Ernesto Sabato. Uno de sus capítulos, el Informe sobre ciegos es, sencillamente aterrador.
Un personaje destaca en mi recuerdo: Alejandra Vidal. Posiblemente en mi historia como lector no conozco un personaje que me haya inquietado más. Me asustaba y atraía al mismo tiempo, como un abismo.
Muchas veces me pregunté cómo sería la persona capaz de crear aquella oscuridad.
Si no lo has leído, Otro, arriésgate. No es fácil, pero te aseguro que luego de leerlo no serás el mismo. El libro inicia así:
"Las primeras investigaciones revelaron que el antiguo Mirador que servía de dormitorio a Alejandra fue cerrado con llave desde adentro por la propia Alejandra. Luego (aunque lógicamente no se puede precisar el lapso transcurrido) mató a su padre de cuatro balazos con una pistola calibre 32. Finalmente echó nafta y prendió fuego"
Hoy, a los 99 años, murió Ernesto Sabato, otro maestro.
lunes, 25 de abril de 2011
Gonzalo Rojas
El 28 de octubre del 2007 me enteré de que la pequeña Otra ya habitaba el vientre de mi Otra. El día 29 elegí sus palabras, poderosas y deslumbrantes, para anunciarlo en este espacio. Palabras relámpago en la oscuridad, palabras ráfaga de vida.
Su poesía es intensa y profunda, a veces loca, a veces de aire, a veces de piedra, a veces de fuego.
Murió hoy a los 93 años.
Adiós, poeta.
"Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo del deseo,
oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;
de lo que hubo aquello
no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo".
viernes, 22 de abril de 2011
Shadow Land
"De silenciar la luz vive la sombra"
(Antonio Deltoro)
Al sentarme hago un pacto silencioso con ellos: suspender la incredulidad.
Y entonces, me dejo llevar.
Unos segundos después (no hace falta más) me sumerjo en el mundo al otro lado del espejo, un mundo de sombras que danzan, donde los dioses nos moldean para probarnos, donde escapar de casa se convierte en una aventura iniciática, donde todo tiene la evanescente textura de los sueños.
Y ellos, con su virtuosismo, con su sentido del humor, con su frescura, con la magia de sus cuerpos me hacen ver lo imposible: una niña con cabeza de perro, elefantes, unos cocineros locos, una flor gigante, medusas, laberintos, centauros... de pronto todo, absolutamente todo es posible. Aplaudo hasta que me duelen las manos, maravillado, un poco niño, un poco dios.
Luego, salgo a la noche tibia, a la vida cotidiana, al mundo real que me hicieron olvidar por unos minutos.
(Luego del espectáculo Shadow Land, del grupo estadounidense Pilobolus, en el teatro de Bellas Artes).
domingo, 10 de abril de 2011
de mañana
Es de mañana. Mi Otra y yo nos desperezamos, quizá leemos algo dejándonos abrazar por la luz que entra a través de la ventana.
De pronto, desde el cuarto de junto se escuchan ruiditos, pasos pequeños, algo que se arrastra. La cabeza de la pequeña Otra se asoma por la puerta. Llega a gatas, con los ojos llenos de sueño y el cabello revuelto. Sin palabras, nos pregunta algo aunque ya sabe la respuesta.
-¡Ven hijita! -dice mi Otra.
La pequeña se pone de pie, medio dormida y con pasos titubeantes se acerca a la cama. Le hacemos un lugar y se echa entre nosotros.
Nos volvemos, los tres, una madeja tibia, un nido de caricias, un corazón que palpita.
No imagino ninguna bendición que se compare.
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