"No. Tu raíz es una estrella más pura que el peligro.
Es el encuentro de dos rayos en lo alto de la tormenta.
Es el hallazgo de la llave que te abrió la existencia y el presidio (...)
Tu madre y yo dormíamos cuando nos gritaste: "Heme aquí".
"¿Qué esperáis a arrullarme en las ruedas de vuestra fuga?"
"¿Qué esperáis a participarme vuestro fuego?"
"Yo soy el invitado que aguardábais antes de ser ceniza".
(Gonzalo Rojas)
lunes, 29 de octubre de 2007
domingo, 28 de octubre de 2007
El asombro
"Cuando me canse la rutina
de que me ultrajen y me roben
cuando me canse de esta ruina
me mudaré a la luna joven"
(Benedetti)
Eran poco más de las ocho de la noche del viernes cuando llamó Mercedes. Su mensaje concreto: "Asómate a ver la luna". Intenté hacerlo desde la ventana de mi departamento y fue imposible. Hacía frío. Yo buscaba mi chamarra que tiene la costumbre de aparecer donde menos se le espera, así que ahora la empiezo a buscar por donde es menos probable que esté.
Entonces llegó un mensaje a mi celular. Mi Otra, desde Sinaloa, con unas palabras brevísimas: "Mira la luna".
Trato de subir a la azotea del edificio, pero la puerta está cerrada. Salgo a la calle, la busco, se me esconde, inaccesible. Alcanzo a mirar -¿a sentir?- su azul resplandor. Camino más de prisa por las calles, buscando un lugarcito entre los edificios, los anuncios y los cables. Aparece y desaparece, me hace un guiño, se oculta, me seduce, se esfuma...
La encuentro al fin: asombrosa, hipnótica, cercana, maternal. Dejo de respirar, los ojos húmedos ¿de frío?, el corazón cabalgando. En lo alto, dejándose mirar y mirando desde su altura la pequeñez de los hombres.
Vuelvo a casa temblando de frío -no encontré mi chamarra-, temblando de luna, lunático yo. Y al cerrar la puerta, agradezco profundamente a mis Otros, a esos Otros que en la distancia no pueden contemplar la belleza sin compartírmela. Agradezco su sencillo y amoroso gesto de tomar el teléfono y llamarme. Compartirme el asombro y la luz. Compartirme SU asombro y SU luz al decirme, sencillamente: "Mira la luna"
viernes, 26 de octubre de 2007
en la frontera
Claridad, ventana abierta,
luz entrando,
velo que el viento revuela
develando,
filtración honda y oscura,
gota a gota,
piel de barro,
agua mansa,
espejo suave,
cántaro.
luz entrando,
velo que el viento revuela
develando,
filtración honda y oscura,
gota a gota,
piel de barro,
agua mansa,
espejo suave,
cántaro.
martes, 23 de octubre de 2007
personajes
“Bien, ahora que nos hemos
visto el uno al otro –dijo el Unicornio-
si tú crees en mí yo creeré en ti
¿Trato hecho?”
(Lewis Carrol. A través del espejo, capítulo VII)
Estoy leyendo a Umberto Eco.
Corrijo.
Intento leer a Umberto Eco y no logro entender. Avanzo lentamente, como en un lugar desconocido a oscuras. A tientas, tropezando.
Algo entiendo: cuando un lector se asoma a un texto, lo recrea, participa en su creación, lo hace posible. Y algo más: al leer imagina al autor, lo inventa.
Antes, el autor, al escribir ha imaginado a su lector, lo ha inventado.
Entonces, Otro, ahora que escribo esto para ti, te invento. Y al leer estas palabras, tu me inventas.
¿Cómo me imaginas, Otro? ¿Cómo te imagino?
Quizá me conoces. Crees que me conoces. Y en consecuencia supones que no hace falta inventarme. Pero, ¿es cierto? ¿Lo que conoces es realmente lo que soy? ¿Me supones más luz que la que tengo? ¿Menos alas?
Yo te imagino rostros, ¿sabes? Mi otra, Hilda, Carolina, Mónica, Guy Pierre... ¿Pero esos otros que imagino corresponde a los otros que ellos son?
Eres mi personaje tanto como yo lo soy de tí.
Al escribir, te creo. Al leer, me creas.
Nos creamos... ¿nos creemos?
¿Y si algún día nos encontramos? ¿Encontrarás en mí rastros del personaje que inventaste? ¿Te parecerás al que yo he creado?
Ojalá, Otro, que se dé ese encuentro. Que nuestras invenciones se diluyan a la luz de la presencia.
Que nuestros personajes se despidan y entonces, solo entonces,
nos miremos.
haikus... o algo asi
domingo, 21 de octubre de 2007
nada
En este momento, no se me ocurre nada. Así de simple: nada.
Es por eso, otro, que quizá sea mejor que dejes de leerme justo ahora, para no decepcionarte.
Si sigues leyendo, temo decir que aún sigo sin tener idea de qué decir. ¿Lo ves? Has leído ya algunos renglones, pocos, y lo que puedes encontrar es justo lo que ya te había advertido. Nada.
Tenía la intención de escribir ALGO, y que ese algo fuera hermoso, suave, sutil. Y escribirlo para tí, otro, mi prójimo. Y ya ves, mi intento me llevó a estas palabras que no son algo, sino nada.
¿Sigues aquí, otro? Quizá con la esperanza de que estas palabras digan algo, algo que te toque, que te aburra, que te haga sonreír, y no, lo que hay es solo este desfile de manchitas sobre la pantalla. Manchitas que son letras, que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos. Palabras que dicen nada.
¿Te das cuenta, otro? Estamos llegando al final, quedan ya unas pocas frases y aún no llega alguna idea digna de escribirse. ¿Esperas que haya una sorpresa cerca del final? Lamento decir que no la hay. Lees ahora las últimas palabras y confirmas lo que dije al principio. Ahora puedes dejar de leer, otro, y pensar -estás en tu derecho-: "Bah, esta vez no ha escrito nada".
Es por eso, otro, que quizá sea mejor que dejes de leerme justo ahora, para no decepcionarte.
Si sigues leyendo, temo decir que aún sigo sin tener idea de qué decir. ¿Lo ves? Has leído ya algunos renglones, pocos, y lo que puedes encontrar es justo lo que ya te había advertido. Nada.
Tenía la intención de escribir ALGO, y que ese algo fuera hermoso, suave, sutil. Y escribirlo para tí, otro, mi prójimo. Y ya ves, mi intento me llevó a estas palabras que no son algo, sino nada.
¿Sigues aquí, otro? Quizá con la esperanza de que estas palabras digan algo, algo que te toque, que te aburra, que te haga sonreír, y no, lo que hay es solo este desfile de manchitas sobre la pantalla. Manchitas que son letras, que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos. Palabras que dicen nada.
¿Te das cuenta, otro? Estamos llegando al final, quedan ya unas pocas frases y aún no llega alguna idea digna de escribirse. ¿Esperas que haya una sorpresa cerca del final? Lamento decir que no la hay. Lees ahora las últimas palabras y confirmas lo que dije al principio. Ahora puedes dejar de leer, otro, y pensar -estás en tu derecho-: "Bah, esta vez no ha escrito nada".
miércoles, 17 de octubre de 2007
libre de cargos
(Al cardenal Norberto Rivera)
Que en un rincón oscuro
muy oscuro
al fin te alcance
tu conciencia
Que en un rincón oscuro
muy oscuro
al fin te alcance
tu conciencia
martes, 16 de octubre de 2007
angelemonos
(Para mi otra y para Juan Gelman, que no lo leerá).
Angelémonos, amor, basta de suelo
es tiempo ya de alarnos las espaldas
rafaguemos nuestra luz, bebamos cielo
y crucemos astralmente las distancias
Y luego
desalémonos de a poco
desbrillemos, desnudémonos de estrellas
descendamos a lo humanamente polvo
y volvamos a ser hijos de la tierra.
tan terrestre, tanto...
"Soñé que era un ala
desperté
con el tirón
de mis raíces"
(Claribel Alegría)
¿Alguna vez, otro, fuiste pez? ¿Fuiste ave?
Y yo ¿Cuándo dejé de serlo? ¿Desde cuándo me mantengo sobre mis pies, torpemente, tratando de aferrarme a la dura tierra?
El domingo, cuando se abrió el telón, fue la danza. Fue la posibilidad del juego, de la sonrisa, de los gestos más sencillos vueltos ritmo. Fue la levedad y la lentitud, los cuerpos capaces de engañar a la gravedad, esa invencible. Fue el caminar paso a paso bajo el agua o en un sueño. Fue la infancia recobrada, los giros en la rueda de la fortuna que es todas las ruedas y la única. Fue el asombro y la belleza en movimiento. Fue decirlo todo, diciendo nada.
Fue la danza.
Y entonces... ¿Porqué esta azul melancolía naciendome en el pecho? ¿Porque esta dulcísima tristeza?
Es justo eso, otro, ¿Te das cuenta?: mi pesada certeza de terrestre, la conciencia grávida de estar hecho de barro, de ser más piedra que ala, más ceniza que humo, más flor que mariposa.
Es la renuncia a esa levedad que se me niega, a ese vuelo.
Es aquello que tan bien dijo Claribel, poeta nicaragüense: ni más ni menos que el tirón de mis raíces.
(Palabras nacidas al volver de la función de "ROTA", de la 'Companhia de dança Deborah Colker', del Brasil)
desperté
con el tirón
de mis raíces"
(Claribel Alegría)
¿Alguna vez, otro, fuiste pez? ¿Fuiste ave?
Y yo ¿Cuándo dejé de serlo? ¿Desde cuándo me mantengo sobre mis pies, torpemente, tratando de aferrarme a la dura tierra?
El domingo, cuando se abrió el telón, fue la danza. Fue la posibilidad del juego, de la sonrisa, de los gestos más sencillos vueltos ritmo. Fue la levedad y la lentitud, los cuerpos capaces de engañar a la gravedad, esa invencible. Fue el caminar paso a paso bajo el agua o en un sueño. Fue la infancia recobrada, los giros en la rueda de la fortuna que es todas las ruedas y la única. Fue el asombro y la belleza en movimiento. Fue decirlo todo, diciendo nada.
Fue la danza.
Y entonces... ¿Porqué esta azul melancolía naciendome en el pecho? ¿Porque esta dulcísima tristeza?
Es justo eso, otro, ¿Te das cuenta?: mi pesada certeza de terrestre, la conciencia grávida de estar hecho de barro, de ser más piedra que ala, más ceniza que humo, más flor que mariposa.
Es la renuncia a esa levedad que se me niega, a ese vuelo.
Es aquello que tan bien dijo Claribel, poeta nicaragüense: ni más ni menos que el tirón de mis raíces.
(Palabras nacidas al volver de la función de "ROTA", de la 'Companhia de dança Deborah Colker', del Brasil)
sábado, 13 de octubre de 2007
Arbol derribado
1
Canto constante del verde
siendo habitado
casa de mil murmullos
fiesta de pájaros
toda la vida
toda
misterio diáfano
labios del mundo más verde
dulces, entrelazados.
Luego, es un tronco mudo
no luz
no árbol
nunca más casa de trinos
hueco, despajarado.
Fue y dejó de ser presencia
quedo caído
callado.
2
Sin savia que lo bendiga
quedó caído, callado
silencioso para siempre
despajarado
Y qué, si mientras tuvo su tiempo
diminutamente largo
fue lugar de mil presencias
habitado
Y qué, si le brotaron mil alas
si se pobló de milagros
si fue un murmullo creciente
puro canto
Y qué, si por un instante solo
la vida estalló en sus brazos
y fue la casa elegida
por los pájaros.
peticion
Si de pronto, en mí, lo puro
lo aséptico
lo in-pecable,
favor de avisar
urgente
a mi diablo de la guarda.
lo aséptico
lo in-pecable,
favor de avisar
urgente
a mi diablo de la guarda.
viernes, 12 de octubre de 2007
Hey familia! Danzon dedicado a...
Pásale a lo barrido, otro, tú disculparás el barullo y el alto volumen de la música.
Es que hoy es doce de octubre, y en este día yo celebro. Celebro la vida y el encuentro.
Ven, pasa por entre los timbales, las maracas y el güiro, esquivando las doradas florituras de la trompeta.
Es que bailar es un modo de celebrar, y a mi me gusta bailar ¿Lo sabes?
Me gusta ese momento en que el pudor va desapareciendo y la sangre se hace una con el ritmo de la clave... un, dos, tres... cuatro-cinco, como me enseñó el viejo Manuel, en la casa de la trova de Trinidad, Cuba.
Me gusta bailar y también me gusta ver bailar. Igualito a Jorge Drexler mirando fluir a la del vestidito violeta.
Así que arrímate, otro, te hago un lugarcito, y acompáñame a tararear este danzoncito que dice así:
Ella baila.
Ella baila como si respirara, como si el baile fuera su sangre tibia viajándole las venas.
Ella baila y yo disfruto de su ritmo, de su cadencia luminosa, de su raro modo de ser fuego.
Baila y miro su rostro que es una ternura traviesa o una travesura tierna, aún no puedo decidirme.
Y miro su cuerpo que es la metáfora misma de la tierra fértil, de un aguacero a medio junio, del barro tibio convertido en cuenco.
Ella baila y se pierde en una dimensión inalcanzable para mí, en donde ella es más que ella y yo apenas si soy yo.
Ella baila y los dioses en los que no cree se asoman a mirarla. Y su baile es una danza ancestral con sabor a café, a ron de caña, a maracuyá.
Su baile provoca vida aunque ella no lo sepa. Sin que lo sospeche, mientras baila, en algún lugar lejano, en alguna aldea pequeña de Centroamérica o de Africa, su baile hace germinar la semilla, aleja las plagas, hace llover generosamente sobre las parcelas secas.
Ella baila sin enterarse de nada de esto. Baila porque un lugar de su corazón siempre está bailando, aunque esté triste.
Baila y yo la miro sin atreverme a interrumpirla, a perturbar ese ritual antiguo entre su cuerpo y el aire, entre sus pies y la tierra. La miro solamente y guardo en mis ojos las imágenes que hoy me hacen recordarla y repetir en un murmullo:
Ella baila... ella baila.
miércoles, 10 de octubre de 2007
Vuelvo del consultorio
"Yo si.
Yo metería la mano al fuego
hasta por nadie"
(Alejandro Aura)
...y al volver confirmo ya sin ninguna duda, que hacer terapia es ser capaz de mirar la profunda belleza del otro, dejarse tocar por ella. Y luego, revelársela.
Yo metería la mano al fuego
hasta por nadie"
(Alejandro Aura)
...y al volver confirmo ya sin ninguna duda, que hacer terapia es ser capaz de mirar la profunda belleza del otro, dejarse tocar por ella. Y luego, revelársela.
Dentro
Y tengo adentro
bien adentro de mí, en mis recovecos
en el centro del centro de mi alma
o del sexo, la ansiedad o la barriga
-ya no sé muy bien la diferencia-
tengo dentro de mí y encarcelados
Un aullido de ecos infinitos
Un crepitante pájaro de fuego
Una marea de sangre alborotada
Un aire huracanado que se abisma
Un desbordarse el agua de los diques
Una resina densa que gotea
Una jauría de hienas en la noche
Un grito un grito un grito un grito
Y está a punto de salírseme del pecho
y ya no puedo más y me consumo
Hija de puta carne, piel rebelde
pues ya no cabe en mí tal desmesura
tanta jungla voraz
tanto mí mismo.
martes, 9 de octubre de 2007
Marisol
Se llama Marisol.
Tiene cuatro años y vive en una pequeña isla llamada "Balseritos", de unos pocos metros cuadrados hecha de carrizo, en el lago Titicaca, cerquita de Puno, Perú. Es bellísima.
Cuando llegamos a su isla, -hecha a mano con carrizo, con algunas chozas de carrizo y muebles de carrizo- nos miraba desconfiada. Mientras los otros viajeros compraban artesanías me acerque a ella. Me miró. Con el dedo índice y medio, hice unas piernitas que caminaban hacia ella. Me regaló su risa.
Seguí "caminando" con mis dedos hasta que al fin ella, usando dos deditos pequeñísimos, morenos y secos por el frío, también "caminó" hacia mí. Yo me acercaba a su mano y su mano huía. Su mano se acercaba a la mía que se escapaba. Reímos. Si me distraía un poco viendo el verde del lago, sus deditos volvían a buscarme. Luego me enseñó los dibujos que había iluminado.
Nos despedimos. Me alejé en la lancha mirándola hacerse aún más pequeña en la distancia.
El encuentro con otro, con un otro que me regala su presencia sin pedir nada.
Tan diferentes ella y yo. Yo un adulto de 38 años, terapeuta, turista. Ella una niña aymara de cuatro años.
El encuentro.
Supongo que ella no se acordará de mí. No tendrá la menor idea de quien soy. Yo, en cambio, mientras estoy en el metro, mientras camino por la calle, mientras espero al paciente que tarda en llegar, me sorprendo preguntándome muchas veces: ¿Y Marisol?... ¿Que estará haciendo en este mismo instante Marisol?
Estar borroso
Otro, ¿Has estado borroso?
Hoy está nublado. Hay una lluvia finísima limpiando los pecados del mundo. Quizá también los míos.
Y cuando eso ocurre yo también me nublo.
Hoy empecé una novela. ¡Qué placer empezar una novela! Y curiosamente me encuentro con un texto borroso, difuso, con neblina. Mira:
“Las luces de la estación y las frases que estás leyendo parecen tener la tarea de disolver más que de indicar las cosas que afloran de un velo de oscuridad y niebla (…) Todo mezclado en un único olor que es el de la espera, el olor de las cabinas telefónicas cuando sólo cabe recuperar las monedas porque el numero llamado no da señales de vida (…) esta estación se llama solamente ‘estación’ y al margen de ella no existe sino la señal sin la respuesta de un teléfono que suena en una habitación oscura de una ciudad lejana”.
Es de Italo Calvino. Huele a melancolía. Huele suavemente.
Y quizá no sea una coincidencia que hace unos días, en el taller de creatividad, cuando Guy Pierre me pidió escribir un poema escribiera esto:
Nada.
Sólo la niebla,
solo preguntas,
nada.
Y a lo lejos, como un faro,
el resplandor de la palabra.
Y esa palabra es un otro,
una voz que en la distancia
tampoco sabe y pregunta.
Sólo nube
niebla
nada.
Estando así las cosas, nublado afuera y nublado adentro, ¿qué se puede hacer sino poner una suite para cello de Bach y servirse una copita de vino. ¿Te sirvo una?
Hoy está nublado. Hay una lluvia finísima limpiando los pecados del mundo. Quizá también los míos.
Y cuando eso ocurre yo también me nublo.
Hoy empecé una novela. ¡Qué placer empezar una novela! Y curiosamente me encuentro con un texto borroso, difuso, con neblina. Mira:
“Las luces de la estación y las frases que estás leyendo parecen tener la tarea de disolver más que de indicar las cosas que afloran de un velo de oscuridad y niebla (…) Todo mezclado en un único olor que es el de la espera, el olor de las cabinas telefónicas cuando sólo cabe recuperar las monedas porque el numero llamado no da señales de vida (…) esta estación se llama solamente ‘estación’ y al margen de ella no existe sino la señal sin la respuesta de un teléfono que suena en una habitación oscura de una ciudad lejana”.
Es de Italo Calvino. Huele a melancolía. Huele suavemente.
Y quizá no sea una coincidencia que hace unos días, en el taller de creatividad, cuando Guy Pierre me pidió escribir un poema escribiera esto:
Nada.
Sólo la niebla,
solo preguntas,
nada.
Y a lo lejos, como un faro,
el resplandor de la palabra.
Y esa palabra es un otro,
una voz que en la distancia
tampoco sabe y pregunta.
Sólo nube
niebla
nada.
Estando así las cosas, nublado afuera y nublado adentro, ¿qué se puede hacer sino poner una suite para cello de Bach y servirse una copita de vino. ¿Te sirvo una?
ventana al otro
"Un cronopio es una flor, dos son un jardín"
(Julio Cortázar)
Otro... otro... ¿estás ahí?
Si lees estas palabras, estás. Y son para tí.
Yo soy torpe para recorrer la distancia que va desde mi boca a tu oído, desde mi mirada a la tuya, desde mi piel a tu piel. Por eso abro esta ventana. Para encontrarte, para que me encuentres.
Como tú para mí, yo para tí soy un otro. Y en esta simpleza cabe la hermosa posibilidad de encontrarnos.
Acércate a la ventana. Ven, te invito. Déjame acercarte una silla, está un poco polvosa, traeré un trapito para limpiarla. Puedo ofrecerte una copa de vino tinto, una cubita con hielos, una cerveza bien fría. Suena bajito un concierto de Vivaldi.
Compartamos palabras. Compartamos silencios.
¿Estás bien? ¿necesitas algo? Si tuviera una chimenea la encendería. No tengo.
Ojalá no pases de largo. Yo dejaré abierta la ventana, por si acaso.
Otro... ¿estás ahi?
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